miércoles, 28 de noviembre de 2012

Profesión.


Ética Profesional

La ética trabaja valores, la deontología los aplica a una profesión específica. En cuanto docente: ¿Cómo me relaciono con los valores?

Una pregunta que surgió en el transcurso de las clases fue: ¿Se puede educar sin transmitir valores? ¿Cuál es mejor modo de educar en valores? ¿Cómo lograr el fin de la educación, una síntesis vital de valores perfeccionantes de las potencias humanas?

No se puede pensar la educación sin hacer referencia a los valores, porque en el aula se pone en juego mucho más que la simple transmisión de conocimientos. Se forman personas que viven un aquí y ahora en el que se interponen sentimientos, dudas, incertidumbres, ideales, realidades… ¿Cómo abarcar al estudiante en todas sus dimensiones? ¿Cómo garantizar una educación personalista, personalizada y personalizante?

Si bien el estudiante tiene un realidad concreta –la cual debemos atender- también nosotros, docentes, estamos inmersos un en un sistema educativo que nos condiciona, al mismo tiempo este se sitúa en una situación política determinada… todo en este mundo posmoderno y globalizado.

Se dice que todo da igual, que nada tiene sentido, que la vida no va más allá del presente y del objeto de moda. Nadie tiene voz propia, porque lo que vale es el grupo, la masa, el conglomerado de actores y personajes –porque la autenticidad no está de moda- lo que digo es lo que decimos todos, lo que opino es lo que opina la mayoría… la responsabilidad es de… ¿Responsabilidad?

Los fines grupales no perduran en el tiempo porque el ser humano está preparado para proyectarse a sí mismo en su individualidad y unicidad. Soy muchas cosas que recaen en mí, puedo identificarme con otro, pero no soy el otro. Tengo conciencia de mí mismo y es relevante que la educación, perdida en la nebulosa del todo es igual, me forme a mí mismo, en mi individualidad, con mis riquezas y aptitudes particulares.

No es problema del adolescente que quiera sumergirse en el grupo, los necesita porque cuando se enfrenta al otro, se define. Se opina que la globalización, lejos de ser individualista, es suceso de grupos. ¿Es malo encontrar en el mundo a un par con el que compartir la vida? La ética plantea que el problema de la heteronomía o autonomía se define cuando se evalúa la intención. Una persona se relaciona de distinta manera con el grupo cuando lo que la impulsa a ser parte del mismo es la autenticidad o el miedo.

¿Puede haber valores en un grupo? Por supuesto. Por algo enseñamos en aulas, en grupo, formamos comunidades de aprendizaje y de investigación. La socialización es un factor primordial para captar el mensaje de las normas éticas y la esencialidad de los valores hechos ejemplo en el prójimo.

La realidad es compleja, la educación puede que esté colapsada, burocratizada, la demagogia invadió con recelo el hueco que dejó en su momento el racionalismo moderno, vacío de respuestas. ¿Cómo levantar este sistema educativo, lleno de polvo y soluciones provisorias?

Trabajando. Leí en estos días que “se educa más por lo que se hace que por lo que se dice”; decimos mucho, somos expertos en dar clases magistrales… ¿tienen sentido nuestras palabras? ¿Cómo hacer para que las palabras transformen la realidad? Cambiando de paradigma, hablando pero también escuchando, en lo posible, haciendo silencio. Proponiendo, animando a otros a que propongan. Compartiendo, saliendo a compartir, invitando, ofreciendo, previniendo.

Don Bosco confiaba en sus jóvenes porque nunca los subestimaba, confiaba en su capacidad de escuchar sus consejos con la razón, de formar una conciencia prudente. “Jueguen, pero no hagan daño.” Su mirada era autoridad, él no se alejaba a esperar que los jóvenes vengan a pedirle ayuda, él estaba antes, en el patio, para que no quepan dudas de su presencia y compañía. No son palabras, son obras, es la vida misma en acción, el valor materializado, concreto, imitable.

Suele pasar que cuando estamos en el ambiente escolar, percibimos una brecha generacional entre estudiantes y docentes que en cierto modo pone a estos últimos a la defensiva. Sin embargo no somos otra cosa: todos somos seres en formación, seres en comunidad. Nuestra misión es guiar para que ellos puedan guiarse a sí mismos, ¿cómo lograrlo si no generamos un espacio de libertad? ¿Cómo crear innovación si solo esperamos una respuesta correcta? ¿Cómo formar seres responsables si no se confía en ellos?

Nunca subestimar al estudiante. Aspirar alto, lejos, pretender que se esfuercen al máximo. Esto implica que nosotros demos más de lo que tenemos que dar. No se trata de contenidos, se trata de motivación. Hoy los chicos ven un mundo aburrido, en el que nada les interesa, el docente es el que pone en cuestión al joven: ¿Estás seguro que nada te interesa? ¿Es que no tiene valor la vida? ¿El mundo es así, ya está dado, no hay nada que hacer? ¿Y si te animás a cambiarlo? El joven no va a cambiar el mundo si no ve que nosotros ya lo estemos cambiando.

“Los jóvenes no valoran lo mismo que yo.” “La juventud está perdida.” Dije antes que docentes y estudiantes somos la misma cosa, porque ambos compartimos un mismo suelo, un mismo aire, un proyecto común. La brecha se genera en el momento en el que el adulto se da por vencido en la transmisión de valores, dejando en la superficie una norma que se hace cumplir con autoritarismo -porque no queda otra- generamos conflictos y choque en constantes dilemas morales superficiales. Cuando en realidad, deberíamos poner en conflicto al joven para que se encuentre con el valor que da fundamento a la norma. ¿Cuál es el problema, otra vez? Que los subestimamos, en lugar de explicar, gritamos.

La profesión docente está desprestigiada porque nosotros mismos la dejamos en este estado, desde el momento en el que bajamos los brazos, cuando nos preocupamos por los contenidos conceptuales más que por las herramientas que los chicos necesitan para ser ellos mismos y desenvolverse en la vida con autonomía y autenticidad. Desde el momento en el que le tenemos miedo a las cuestiones prácticas, a la eficiencia, a la calidad; y nos amurallamos en una escuela que no quiere ser una empresa, pero tampoco una solución.

Pueden echar culpas, al ministerio, a los planes de estudio, a los cambios constantes, a la falta de capacitación. Esta es nuestra cultura, ante los problemas siempre pensamos en justificarnos antes que poner todas nuestras energías en encontrar soluciones. La verdad se pone en juego cada vez que entras al aula, cuando más te exigís es cuando más exigís a tus estudiantes. Coherencia, actos, trabajo responsable. 

Julia.-

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