martes, 13 de noviembre de 2012

Sospechando de la ciencia...


Rumbo al final de Epistemología, pienso...


La epistemología es un área de pensamiento atravesada por tantas aristas que por dónde se la mire resulta de lo más complicado alcanzar una percepción simple de su problemática. Comienza con un: ¡Pensemos la ciencia! E indefectiblemente con ella pensamos al hombre, pensamos la realidad, la crítica, la filosofía, la educación, la política, la técnica, la verdad. Epistemología es caleidoscopio, de formas, de creencias, de supuestos, de hechos, de cotidianeidad.

Podríamos haber imaginado que no hay mucho que decir acerca de la ciencia, porque ella se encarga de decirlo todo, ¿de qué vamos a dudar? Su impronta de certeza, de salvadora de la realidad objetiva nos sobrecoge, nos tranquiliza. No hay nada que decir porque la ciencia nos dice lo que es, de una vez y para siempre. Este es el modo en el que transitamos por este mundo científico y técnico.

Sin embargo, la filosofía no descansa. Parecería que en ruinas, sin armas, con una mísera capa de superhéroe veterano, logra levantarse para mirarla a la ciencia a la cara y decirle: ¿yo por qué tengo que creerte a vos? ¿Tiembla la ciencia? ¿Se intimida? Apenas. Está acostumbrada a cerrar puertas.

La ciencia no comprende que la filosofía ya ganó una batalla que a ella todavía no le tocó traspasar, la filosofía ha logrado vencer la pretensión de dogmatismos o por lo menos, ya no pone todos sus esfuerzos en la construcción de grandes sistemas. La filosofía parece caída, pero es esta la que la posiciona en el lugar indicado para enfrentar a la ciencia.

Me cuesta comprender el origen de esa tendencia a la cerrazón, al sistema dado, a la verdad apodíctica. Encuentro tantas fallas y contradicciones en ellos, que no podría decir que son fiel reflejo de la realidad; Gabriel Zanotti escribe en uno de sus libros: “la ciencia es tan humana que si no es humana, es revelación o instinto.” Si los hombres no son sino los principales y únicos que consolidan la filosofía y la ciencia, ¿es él el que anhela certezas que no puede dilucidar en la realidad? ¿Por qué nos desprendemos de tanto a cambio de continuidad y firmeza? ¿Cuándo nos vamos a animar a romper con la pasividad de una ciencia con certezas pero fundamentos de cristal?

El razonamiento simplista que abraza el positivismo con sus hechos claramente descifrables a la luz de la experimentación, con sus observadores objetivos, una realidad plasmada en cada experimento y la fuerza de la inducción presentada con firmeza lógica; resultó tan útil a una sociedad deseosa de progreso que hoy en día, arraigada en cada institución educativa y manual de ciencias, nos es imposible desterrar. Asentada en sus pretensiones de universalidad, solo un retorno a lo particularísimo, a la comprensión de lo singular podría revitalizar esta ciencia estancada.

“Por tanto quienquiera que plantee un sistema de enunciados absolutamente ciertos, irrevoclablemente verdaderos, como finalidad de la ciencia, es seguro que rechazará las propuestas que voy  a hacer. (…) Las metas de la ciencia a las que me refiero son otras: (…) la libertad de dogmatismos; para quienes buscan la aplicabilidad práctica, pero se sienten atraídos aún en mayor medida por la aventura de la ciencia y por los descubrimientos que una y otra vez nos enfrentan con cuestiones nuevas e inesperadas, que nos desafían a ensayar respuestas nuevas e insospechadas.” Karl Popper, “Lógica de la investigación científica” pág. 37

Fue necesario un Popper, un Bachelard, que con sus lógicas del detalle, del argumento particular que es capaz de arrasar cualquiera enunciado absoluto, lograron descontracturar una mente rezagada, una ciencia que, acostumbrada a entenderse en sus términos socialmente aceptados olvidó significarlos constantemente. Me da la sensación de que la realidad con la complejidad que la caracteriza, pasó por encima ese reflejo estable de lo que era, pero nunca es.

Estos epistemólogos comprendieron que detrás del hecho hay un ser humano que comprende, una teoría que avala, una experiencia que no está por fuera de uno mismo. Hombres sabios son los que se animan a las contradicciones, a lo que no sabemos, a no tenerle miedo al error, porque este es la vía más fiable para acercarse a la verdad. Bachelard nos dijo: “El conocimiento de lo real es la luz que siempre proyecta alguna sombra.” Animarse a conocer la sombra, eso es lo que nos hace verdaderos científicos. Descubrirnos a nosotros mismos en el quiebre, en el obstáculo, en la discontinuidad, porque… ¿Quién se anima a afirmar que su realidad es continua? Que una idea surja lentamente no implica que no desencadene un quiebre.

Volvemos al hombre, ese que caracterizamos como deseoso de certezas y sistemas firmes que le den un suelo estable donde poder vivir tranquilo; ¿se anima el hombre a enfrentar contradicciones? ¿A buscar la prueba que false su teoría? ¿Nos animamos nosotros a que la realidad nos diga: estás equivocado? No. Por eso el positivismo continúa vigente en nuestras épocas. En este mundo nos llena de orgullo tener razón.

Una razón que la filosofía misma se encarga de desmitificar de la mano de Foucault, él es quien piensa lo impensable, quien descubre en la locura aquello que fue desterrado en pos de garantizar la continuidad y el progreso. Es fácil vivir seguros dentro de un castillo de certezas cuando yo soy el que elige las piezas que deseo incluir en el mismo; esto es la historia sancionada y la historia perimida que destacaba ya Bachelard, ese museo de errores que ya no es historia, porque nuestra historia son solo los triunfos. Otra vez, desviando la mirada de las sobras…

El hombre ha muerto, recalca Foucault, porque el sujeto moderno, trascendental, el hombre que es en su condición de posibilidad de conocer y hacer ciencia, no existe. ¿Existió alguna vez? Que perdura, es una realidad, sigue presente ahora como una capa más de significatividad por debajo de este concepto, subyace en la palabra, permanece como sustrato. Esta materialidad, sin embargo, no es fija, no es certera, no es de una vez y para siempre. Es en la historia, es dentro de un entramado de poder.

¿Es inocente la pretensión de razón?  Y si la razón se manifiesta con todo su esplendor en la ciencia: ¿es inocente la ciencia? Dijimos al inicio que pensar la ciencia resulta pensar el estado, el poder, la educación. Desde las ideas de normalización, el Estado es el fiel promotor de la ciencia, es el monopolizador del saber, el aliado de las mentes que en su patrimonio, le confieren poder. Weber explicita en los modos de dominación, cómo el Estado avala la propulsión constante de los procesos de racionalización, y el hombre da por hecho una coerción lógica, un mandato obediente. ¿Es este un signo del progreso? ¿Todavía nos animamos a actuar en nombre de ese supuesto ideal? ¿Cómo salir de un círculo vicioso que se encarga de cerrarle puertas a la interpretación de la realidad? Parecería que no solo debo pensar por fuera de la ciencia apodíctica, también debo pensar por fuera el Estado, por fuera del poder y por fuera de la razón. Imposible, ¿Utópico?

Weber nos dice que la racionalidad institucionalizada avanza porque ha desaparecido el sentido y la pregunta por el mismo. ¿Cómo romper con las acciones racionales respecto a fines? Eligiendo, valorando:

“En lugar de enmascarar los juicios de valor bajo un ropaje científico, las ciencias sociales deben hacer explícitas las opciones de valor que están detrás de las controversias públicas de la sociedad moderna y permitir que la gente tome decisiones adecuadas en función de sus propios valores, evitando así sugerirle de una manera semi-autoritaria soluciones cuasi-objetivas de los problemas sociales.” Max Weber.-
Siempre me repito: “la filosofía no es más que inventar mundos posibles.” Si reconociéramos en la ciencia ese carácter humano que ya reconocimos en la filosofía, y nos animamos como niños a dejarlas interactuar como dos esferas de nuestro ser, como dos herramientas que se esfuerzan por comprender el mundo y por comprenderse; entonces, entenderíamos a la ciencia como arte, como creación y posibilidad. Bachelard utiliza la imagen de la arcilla, una cosa es verla, otra muy distinta es jugar con ella, experimentarla, ser uno con el objeto.

Foucault describe a Bachelard y encuentro en este relato la acción que debería constituirnos como seres interpretadores de la realidad:

“En cierto modo, Bachelard juega contra su cultura con su propia cultura. En la educación tradicional y en la cultura recibimos cierto número de valores establecidos, cosas que uno debe leer y cosas que no debe leer, de obras estimables y otras no estimables, están las pequeñas personas y las grandes personas… En fin, ese cielo celeste, tan bien jerarquizado, con sus tronos, dominaciones, ángeles y arcángeles, con roles precisamente bien definidos. Y bien, Bachelard sabe desprenderse de esa jerarquía de valores establecidos, sabe separarse él mismo y lo hace “leyendo todo” y haciendo jugar, en cierto sentido, “todo contra todo”, como esos jugadores de ajedrez hábiles que llegan al rey con los pequeños peones. Bachelard no duda en oponer a Descartes a un filósofo menor o a un sabio imperfecto del siglo XVII. No duda en poner en el mismo análisis a los más grandes poetas y luego a un poeta menor, que descubrió por azar. Él no pretende reconstruir la “Gran Cultura” sino que trata de atrapar su propia cultura, con sus intersticios, sus fenómenos menores, sus pequeñas caídas, sus falsas notas”

Apresar la realidad en su universalidad parece demasiado pretencioso  no lo logra la filosofía, tampoco la ciencia; pero esto no significa que no pueda utilizarlas para interactuar con la realidad, transformar los hechos en su singularidad, valorar mi cultura, mis vacíos de interpretación, mis sombras.

Julia Tartaglia.-

2 comentarios:

  1. creo que habría que pensar la epxresión "apresar la realidad en su universalidad" no es ese uno de los supuesto de la ciencia autosuficiente?
    Si hay universalidad entonces la ciencia se ocupa de ella y sus productos son universales... y verdaderos...y dogmáticos.
    creo que en el supuesto de univesalidad de lo real está el fundamento de la " autoridad y el poder de la ciencia" Marta

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  2. Completamente de acuerdo, esa es mi crítica, se da por establecido que lo universal es "de mejor categoria" que lo particular... pero... por pretender alcanzarlo me parece que nos perdemos de las maravillas que se expresan en los detalles singulares :)

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