Rumbo al final de Epistemología, pienso...
La epistemología es un área de
pensamiento atravesada por tantas aristas que por dónde se la mire resulta de
lo más complicado alcanzar una percepción simple de su problemática. Comienza
con un: ¡Pensemos la ciencia! E indefectiblemente con ella pensamos al hombre,
pensamos la realidad, la crítica, la filosofía, la educación, la política, la
técnica, la verdad. Epistemología es caleidoscopio, de formas, de creencias, de
supuestos, de hechos, de cotidianeidad.
Podríamos haber imaginado que no
hay mucho que decir acerca de la ciencia, porque ella se encarga de decirlo
todo, ¿de qué vamos a dudar? Su impronta de certeza, de salvadora de la
realidad objetiva nos sobrecoge, nos tranquiliza. No hay nada que decir porque
la ciencia nos dice lo que es, de una vez y para siempre. Este es el modo en el
que transitamos por este mundo científico y técnico.
Sin embargo, la filosofía no descansa.
Parecería que en ruinas, sin armas, con una mísera capa de superhéroe veterano,
logra levantarse para mirarla a la ciencia a la cara y decirle: ¿yo por qué
tengo que creerte a vos? ¿Tiembla la ciencia? ¿Se intimida? Apenas. Está
acostumbrada a cerrar puertas.
La ciencia no comprende que la
filosofía ya ganó una batalla que a ella todavía no le tocó traspasar, la
filosofía ha logrado vencer la pretensión de dogmatismos o por lo menos, ya no
pone todos sus esfuerzos en la construcción de grandes sistemas. La filosofía
parece caída, pero es esta la que la posiciona en el lugar indicado para
enfrentar a la ciencia.
Me cuesta comprender el origen de
esa tendencia a la cerrazón, al sistema dado, a la verdad apodíctica. Encuentro
tantas fallas y contradicciones en ellos, que no podría decir que son fiel
reflejo de la realidad; Gabriel Zanotti escribe en uno de sus libros: “la
ciencia es tan humana que si no es humana, es revelación o instinto.” Si los
hombres no son sino los principales y únicos que consolidan la filosofía y la
ciencia, ¿es él el que anhela certezas que no puede dilucidar en la realidad?
¿Por qué nos desprendemos de tanto a cambio de continuidad y firmeza? ¿Cuándo nos
vamos a animar a romper con la pasividad de una ciencia con certezas pero
fundamentos de cristal?
El razonamiento simplista que
abraza el positivismo con sus hechos claramente descifrables a la luz de la
experimentación, con sus observadores objetivos, una realidad plasmada en cada
experimento y la fuerza de la inducción presentada con firmeza lógica; resultó
tan útil a una sociedad deseosa de progreso que hoy en día, arraigada en cada
institución educativa y manual de ciencias, nos es imposible desterrar. Asentada
en sus pretensiones de universalidad, solo un retorno a lo particularísimo, a
la comprensión de lo singular podría revitalizar esta ciencia estancada.
“Por tanto quienquiera que plantee un sistema de enunciados absolutamente ciertos, irrevoclablemente verdaderos, como finalidad de la ciencia, es seguro que rechazará las propuestas que voy a hacer. (…) Las metas de la ciencia a las que me refiero son otras: (…) la libertad de dogmatismos; para quienes buscan la aplicabilidad práctica, pero se sienten atraídos aún en mayor medida por la aventura de la ciencia y por los descubrimientos que una y otra vez nos enfrentan con cuestiones nuevas e inesperadas, que nos desafían a ensayar respuestas nuevas e insospechadas.” Karl Popper, “Lógica de la investigación científica” pág. 37
Fue necesario un Popper, un
Bachelard, que con sus lógicas del detalle, del argumento particular que es
capaz de arrasar cualquiera enunciado absoluto, lograron descontracturar una
mente rezagada, una ciencia que, acostumbrada a entenderse en sus términos
socialmente aceptados olvidó significarlos constantemente. Me da la sensación
de que la realidad con la complejidad que la caracteriza, pasó por encima ese
reflejo estable de lo que era, pero nunca es.
Estos epistemólogos comprendieron
que detrás del hecho hay un ser
humano que comprende, una teoría que avala, una experiencia que no está por
fuera de uno mismo. Hombres sabios son los que se animan a las contradicciones,
a lo que no sabemos, a no tenerle
miedo al error, porque este es la vía más fiable
para acercarse a la verdad. Bachelard nos dijo: “El conocimiento de lo real es la luz que siempre proyecta alguna
sombra.” Animarse a conocer la sombra, eso es lo que nos hace verdaderos
científicos. Descubrirnos a nosotros mismos en el quiebre, en el obstáculo, en
la discontinuidad, porque… ¿Quién se anima a afirmar que su realidad es
continua? Que una idea surja lentamente no implica que no desencadene un
quiebre.
Volvemos al hombre, ese que
caracterizamos como deseoso de certezas y sistemas firmes que le den un suelo
estable donde poder vivir tranquilo; ¿se anima el hombre a enfrentar
contradicciones? ¿A buscar la prueba que false su teoría? ¿Nos animamos nosotros
a que la realidad nos diga: estás equivocado? No. Por eso el positivismo
continúa vigente en nuestras épocas. En este mundo nos llena de orgullo tener razón.
Una razón que la filosofía misma
se encarga de desmitificar de la mano de Foucault, él es quien piensa lo impensable, quien descubre en
la locura aquello que fue desterrado
en pos de garantizar la continuidad y el progreso. Es fácil vivir seguros
dentro de un castillo de certezas cuando yo soy el que elige las piezas que
deseo incluir en el mismo; esto es la historia sancionada y la historia perimida
que destacaba ya Bachelard, ese museo de errores que ya no es historia, porque
nuestra historia son solo los triunfos. Otra vez, desviando la mirada de las
sobras…
El hombre ha muerto, recalca
Foucault, porque el sujeto moderno, trascendental, el hombre que es en su
condición de posibilidad de conocer y hacer ciencia, no existe. ¿Existió alguna
vez? Que perdura, es una realidad, sigue presente ahora como una capa más de
significatividad por debajo de este concepto, subyace en la palabra, permanece
como sustrato. Esta materialidad, sin embargo, no es fija, no es certera, no es
de una vez y para siempre. Es en la historia, es dentro de un entramado de
poder.
¿Es inocente la pretensión de
razón? Y si la razón se manifiesta con todo
su esplendor en la ciencia: ¿es inocente la ciencia? Dijimos al inicio que
pensar la ciencia resulta pensar el estado, el poder, la educación. Desde las
ideas de normalización, el Estado es
el fiel promotor de la ciencia, es el monopolizador del saber, el aliado de las
mentes que en su patrimonio, le confieren poder. Weber explicita en los modos
de dominación, cómo el Estado avala la propulsión constante de los procesos de
racionalización, y el hombre da por hecho una coerción lógica, un mandato
obediente. ¿Es este un signo del progreso? ¿Todavía nos animamos a actuar en
nombre de ese supuesto ideal? ¿Cómo salir de un círculo vicioso que se encarga
de cerrarle puertas a la interpretación de la realidad? Parecería que no solo
debo pensar por fuera de la ciencia apodíctica, también debo pensar por fuera el
Estado, por fuera del poder y por fuera de la razón. Imposible, ¿Utópico?
Weber nos dice que la
racionalidad institucionalizada avanza porque ha desaparecido el sentido y la
pregunta por el mismo. ¿Cómo romper con las acciones racionales respecto a
fines? Eligiendo, valorando:
“En lugar de enmascarar los juicios de valor bajo un ropaje científico, las ciencias sociales deben hacer explícitas las opciones de valor que están detrás de las controversias públicas de la sociedad moderna y permitir que la gente tome decisiones adecuadas en función de sus propios valores, evitando así sugerirle de una manera semi-autoritaria soluciones cuasi-objetivas de los problemas sociales.” Max Weber.-
Siempre me repito: “la filosofía no es más que inventar mundos
posibles.” Si reconociéramos en la ciencia ese carácter humano que ya
reconocimos en la filosofía, y nos animamos como niños a dejarlas interactuar
como dos esferas de nuestro ser, como dos herramientas que se esfuerzan por
comprender el mundo y por comprenderse; entonces, entenderíamos a la ciencia
como arte, como creación y posibilidad. Bachelard utiliza la imagen de la
arcilla, una cosa es verla, otra muy distinta es jugar con ella,
experimentarla, ser uno con el objeto.
Foucault describe a Bachelard
y encuentro en este relato la acción que debería constituirnos como seres
interpretadores de la realidad:
“En cierto modo, Bachelard juega contra su cultura con su propia cultura. En la educación tradicional y en la cultura recibimos cierto número de valores establecidos, cosas que uno debe leer y cosas que no debe leer, de obras estimables y otras no estimables, están las pequeñas personas y las grandes personas… En fin, ese cielo celeste, tan bien jerarquizado, con sus tronos, dominaciones, ángeles y arcángeles, con roles precisamente bien definidos. Y bien, Bachelard sabe desprenderse de esa jerarquía de valores establecidos, sabe separarse él mismo y lo hace “leyendo todo” y haciendo jugar, en cierto sentido, “todo contra todo”, como esos jugadores de ajedrez hábiles que llegan al rey con los pequeños peones. Bachelard no duda en oponer a Descartes a un filósofo menor o a un sabio imperfecto del siglo XVII. No duda en poner en el mismo análisis a los más grandes poetas y luego a un poeta menor, que descubrió por azar. Él no pretende reconstruir la “Gran Cultura” sino que trata de atrapar su propia cultura, con sus intersticios, sus fenómenos menores, sus pequeñas caídas, sus falsas notas”
Apresar la realidad en su
universalidad parece demasiado pretencioso no lo logra la filosofía, tampoco
la ciencia; pero esto no significa que no pueda utilizarlas para interactuar con la realidad, transformar
los hechos en su singularidad, valorar mi cultura, mis vacíos de interpretación,
mis sombras.
Julia Tartaglia.-
creo que habría que pensar la epxresión "apresar la realidad en su universalidad" no es ese uno de los supuesto de la ciencia autosuficiente?
ResponderEliminarSi hay universalidad entonces la ciencia se ocupa de ella y sus productos son universales... y verdaderos...y dogmáticos.
creo que en el supuesto de univesalidad de lo real está el fundamento de la " autoridad y el poder de la ciencia" Marta
Completamente de acuerdo, esa es mi crítica, se da por establecido que lo universal es "de mejor categoria" que lo particular... pero... por pretender alcanzarlo me parece que nos perdemos de las maravillas que se expresan en los detalles singulares :)
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