Entrar al aula convencida y salir
con miles de preguntas. Muchos creen que elegir la docencia como carrera es un
desafío porque ‘los chicos están cada día peor;’ sin embargo, en mi corta
experiencia, la causa de mis frustraciones no son estos jóvenes adolescentes
que observan el mundo en extremos, sino la perversidad de un sistema educativo
en el que las ideas son las últimas en la lista. En un espacio brindado al
conocimiento, el mismo está lejos de ser un protagonista para cederle el lugar
a la vulgar repetición, asesina de la inspiración.
En pos de la ‘excelencia
académica’ –concepto que no pasó por mis trabajos ni formación pedagógica en
cuatro años- tiramos debajo de la
alfombra sueños en germen que deberían ser potenciados en esta etapa, la más
hermosa y propicia de la vida para proyectar futuros. ¿Qué tiene esa excelencia académica que tanto
atrae a docentes, padres y directivos? ¿Tan importante es aquello que otros pensaron como para no permitirle a
los jóvenes a pensarlo por ellos mismos, o incluso, a refutarlo con nuevas
ideas? Es más, ¿Quién determina que concepto es digno de ser repetido por
estudiantes secundarios?
Desgano, desinterés, eso se
respira en un espacio dedicado a seres que sólo saben vivir gastando energías,
desplegando colores, gritando goles con pasión, bailando con todo el cuerpo,
riendo con el alma. Ese desgano es la causa de mi frustración, que poco a poco
se transforma en culpa acumulada a medida que con el paso de los días me voy
sintiendo más parte de este gremio de docentes encajados en un sistema
burocrático que también nos desmotiva a nosotros.
No es esperable que un
adolescente se duerma en clase, ni imaginable que no quieran resolver un
problema. No son los adolescentes los que ‘están cada vez peor’ – somos nosotros,
haciendo hincapié en datos irrelevantes, en frases descontextualizadas, en
resolución de problemas que no son suyos.
¿Dónde está la vida del adolescente? ¿Te molesta que la vida de ellos pase por
el boliche, el ansiado y sobreestimado Bariloche, y la Coca en el mini de la
esquina? Que no te ofenda su elección, es de esperar este cambio de prioridades
desde el día en el que elegimos cerrarle la puerta del colegio al mundo del
joven. El asunto es serio, yo diagnostico que las escuelas le tienen miedo a
ese mundo.
Recuerdo un examen, en el que me
preguntaron qué estudiantes quiero formar. Hoy respondo sin dudarlo: quiero que
mi salón se llene de jóvenes libres y responsables; ¿cómo? Uno de los chicos,
con 17 años, me dijo ayer: ‘no se forman personas responsables si no se les da
responsabilidades’ –de más está decir que soy una profesora orgullosa de sus
estudiantes después de oír tan acertada frase- Ellos se dan cuenta, quieren ser
libres y responsables, pero las instituciones se van transformando cada día más
en nuevos padres perseguidores, dignos de ser analizados por Sigmund Freud. Me
atrevo otra vez a formular la causa de este síntoma: ¿no será que las escuelas
tienen miedo de tener estudiantes libres? ‘La libertad es peligrosa’ podrán
decir, y estoy de acuerdo, pero dejen que ellos experimenten ese peligro y
luego tomen por sí mismos la
decisión pertinente. Supongo que también comprenderán, que una institución con
estos rasgos tiene, al mismo tiempo, terror al fracaso de sus estudiantes; es
más, considero que tiene más miedo al aplazo que los mismos chicos. Ellos lo
saben, por eso no se preocupan, total ‘las saco todas en diciembre.’
Retomo la idea de libertad,
porque espero que esa sea la bandera que siempre enarbole el aula en el que
dicte clases. Con ella no me refiero solo a la libertad de expresión, sino
también a la libertad de crearse en cada idea que comparto, de encontrarme en
cada argumento que refuto, en cada respuesta original; libertad para buscar las
respuestas dentro de uno mismo y expresarlas como camino acertado a la par de
muchos otros caminos que existen. Libertad para responder una pregunta en forma
de poesía, o con un dibujo, para mezclar las consignas, para inventar palabras.
Libertad para plasmar en el trabajo oral, gestual y escrito, aquello que solo
ese individuo puede decir y ningún otro.
Lo que vale es la palabra
auténtica, que siempre –y sin excepción- es novedad, porque proviene de lo más
íntimo del joven. Esa palabra que solo él puede decir y nadie más, es él mismo, en toda su complejidad. No darles
a entender esto a los adolescentes, es cerrarle la puerta directa al aprendizaje.
Porque aquél conocimiento que no dice algo sobre el joven que lo aprendió,
entonces debería llamarse de otro modo, pero nunca conocimiento. La vida es un
camino para conocerse a uno mismo, así como todos somos distintos, el
aprendizaje también lo será.
Siempre les digo a los chicos que
la vida es intransferible, otro no
puede vivir mi vida, no puede experimentar tampoco mi muerte. Libre y
responsable será aquél que se anime a transitar ese camino con plena conciencia
de que es un camino único. Yo solo estoy ahí, para animarlos a que pongan ese transcurrir en palabras, que lo hagan
texto, idea, reflexión, lo comuniquen y luego, sigan creando.
Anímense a indagar el detalle de
la diferencia: sutil, único, simple, que al potenciarlo se convierte en una
fuente inagotable de asombro para el docente.
(Siempre está)
Julia.-