viernes, 7 de junio de 2013

Llegar a Nietzsche

Estoy yendo a un curso titulado ¿Para qué sirve la filosofía? dictado por Dario Sztajnszrajber. En la última clase charlamos sobre 'lo apolíneo y lo dionisíaco' - tema que trata Nietzsche en su primer obra 'El origen de la tragedia.' Dejo a en negrita las reflexiones y frases que tomé como apuntes de la clase y a continuación, un viejo trabajo que realicé hace un tiempo sobre la misma obra. 

¡La de Nietzsche es filosofía de la linda!


'El ser es mucho, vivir es mucho.' 'Apolo es la palabra, es filtro, mediación. Porque la realidad -Dionisio- es insoportable.' 'Somos un entre entre Apolo y Dionisio.' '¿Nos apolinizamos?' ¿En qué momentos nos permitimos ser dionisíacos y percibir la realidad así, tal cual es? ¿Pasa eso? .-



¿La realidad es tragedia o perfección?

Paul Valéry dijo muy acertadamente “uno nace varios y muere uno solo.” Es la juventud el momento de nuestras vidas en el cual se expresa con su máxima potencia la fuerza de la variedad que somos capaces de albergar. Esta obra de Nietzsche, uno de sus primeros ejercicios en la escritura, logra plasmar las múltiples posibilidades de ese ‘uno solo’ que terminaría siendo.

Todavía se mostraba un tanto apacible y no tan enojado con el mundo, ¿habrá sido acaso el optimismo característico de aquél que todavía no ha sido desilusionado por la vida? Aunque el tema central del su trabajo era el drama y la tragedia, la prosa fluye entre el interés y la novedad filosófica de un modo tan atrayente que logra dejar de lado lo trágico del asunto que le concierne.

¿Será que el arte y la estética nos elevan de tal modo que incluso el sufrimiento es meritorio de cierto encanto ante nuestra percepción? ¿Será que Apolo ha hecho un buen trabajo en nuestro ser que el encuentro con las pulsiones esenciales de este mundo, Dionisíaco en su interior, no logran desestabilizar por completo nuestra conciencia? ¿Nos hemos convertido en seres insensibles al terror, acostumbrados a esquivar la fuerza destructora de la verdad?

Son necesarios cuatro años de filosofía para luego encontrarte con Nietzsche y volver a comenzar. La lógica se empeña por hacer del filósofo un argumentador audaz, construimos con cada silogismo estructuras firmes que nos garanticen certezas, proposiciones que puedan ser juzgadas como verdaderas; nuestro entendimiento se esfuerza por aprender a captar pulcras esencias, abstraer específicos conceptos; nuestra mente contemplativa realiza un esquema monumental y a eso le llamamos una representación acabada de la vida. Cuando creíamos que ya habíamos apresado al mundo en nuestra razón, Nietzsche nos abruma con su canto: ¡Es que le hemos dado la espalda a la vida durante todos estos años!

¿Y qué es la vida? ¿Por qué la olvidamos? La vida es tragedia, es dolor, es sufrimiento, desidia, insatisfacción. Sólo el poder embriagador de Dionisio es capaz de arrebatarnos con furia hacia la estremecedora verdad, solo a través de él podemos mirarla a la cara. Desestabilizador encuentro, a partir del cual, quizás en un intento de equilibrio, Apolo se encarga de apañar al hombre turbado, valiéndose de sus “apariencias radiantes.”

Dos principios que luchan por el hombre, uno lo eleva hacia la terrible verdad, otro lo conduce hasta la apacible apariencia. ¿Quién osa animarse a acercarse al abismo? ¿Quién desea experimentar el vértigo del precipicio? Mientras más se sumerja el hombre en la mesura apolínea, olvidándose de su esencia estética para considerarse específicamente ético, más lejos quedarán las verdaderas experiencias humanas, aquellas que se surgen cuando se deja guiar por el ritmo y el pulso del tambor.
  
Es la música la verdadera representación de la vida, lejos quedan los intentos del lenguaje por homologar su capacidad de transmisión; “el lenguaje, como órgano y símbolo de las apariencias, no ha podido nunca, ni podrá jamás, manifestar la esencia íntima más profunda que la música.” Un lenguaje que se impone como esencial al hombre, representante de la razón en cada uno de los filósofos de la Grecia Clásica. Irrumpe Sócrates como modelo de hombre teórico y sobre él –y el poder de la palabra y del concepto- se edificará la historia de occidente.

Dice Nietzsche: “En los ojos de Sócrates nunca brilló el entusiasmo artístico.” Significa para nuestro filósofo el comienzo de la vida científica en detrimento del arte y de la estética. ¿Cómo podría la ciencia manifestar lo más profundo, cuando claramente se queda en la superficie de la realidad? Realidad que implica algo más que un la formal sistematización lógica que surge con Sócrates y nos acompaña hasta la actualidad.

El conocimiento de lo trágico es esencialmente distinto del conocimiento científico, contrapuestos y contradictorios este punto se destaca en el claro optimismo de las afirmaciones socráticas que trastocan al mismo tiempo los cánones de estética. La ‘desmesura’ de Apolo que profesa directamente su contrario, ha roto el equilibrio y encerrado toda posibilidad de que Dionisio salga a la luz. ¿Queda alguna posibilidad para la tragedia? ¿Para la verdadera experiencia del mito? ¿Para enfrentar los secretos de la Voluntad?

La tragedia está oculta pero continúa acechando, la inminencia de la desgracia duerme en el seno de la cultura teórica. ¿Cómo retomar el culto a Dionisio? Todavía se encuentra muy lejana la idea de un súper-hombre como superador de lo apolíneo, incluso Nietzsche no está pensando la solución en términos de individualidad –algo sumamente apolíneo en este texto- pero sí aparece con fulgor la actitud creadora que será luego característica de la superación del hombre, actitud que nos permite en este comienzo volver a relacionarnos con el mito de un modo no racional. 

En palabras del filósofo:

Esta aparición hacia el infinito, este aletazo del deseo, en el momento en que sentirnos el más alto goce de la clara percepción de la realidad, nos recuerdan que en esto dos estados debemos reconocer un fenómeno dionisíaco que, siempre y sin cesar, nos releva la satisfacción de un goce primordial, en el juego de crear y destruir el mundo individual; poco más o menos como Heráclito El Oscuro comparaba la fuerza creadora del universo al juego de un niño que se divierte en hacer construcciones de piedras o montones de arena para luego derribarlos.”[1]



[1] Friedrich Nietzsche, “EL ORIGEN DE LA TRAGEDIA,” Ediciones Terramar, Buenos Aires, 2008.

No hay comentarios:

Publicar un comentario