miércoles, 28 de noviembre de 2012

Profesión.


Ética Profesional

La ética trabaja valores, la deontología los aplica a una profesión específica. En cuanto docente: ¿Cómo me relaciono con los valores?

Una pregunta que surgió en el transcurso de las clases fue: ¿Se puede educar sin transmitir valores? ¿Cuál es mejor modo de educar en valores? ¿Cómo lograr el fin de la educación, una síntesis vital de valores perfeccionantes de las potencias humanas?

No se puede pensar la educación sin hacer referencia a los valores, porque en el aula se pone en juego mucho más que la simple transmisión de conocimientos. Se forman personas que viven un aquí y ahora en el que se interponen sentimientos, dudas, incertidumbres, ideales, realidades… ¿Cómo abarcar al estudiante en todas sus dimensiones? ¿Cómo garantizar una educación personalista, personalizada y personalizante?

Si bien el estudiante tiene un realidad concreta –la cual debemos atender- también nosotros, docentes, estamos inmersos un en un sistema educativo que nos condiciona, al mismo tiempo este se sitúa en una situación política determinada… todo en este mundo posmoderno y globalizado.

Se dice que todo da igual, que nada tiene sentido, que la vida no va más allá del presente y del objeto de moda. Nadie tiene voz propia, porque lo que vale es el grupo, la masa, el conglomerado de actores y personajes –porque la autenticidad no está de moda- lo que digo es lo que decimos todos, lo que opino es lo que opina la mayoría… la responsabilidad es de… ¿Responsabilidad?

Los fines grupales no perduran en el tiempo porque el ser humano está preparado para proyectarse a sí mismo en su individualidad y unicidad. Soy muchas cosas que recaen en mí, puedo identificarme con otro, pero no soy el otro. Tengo conciencia de mí mismo y es relevante que la educación, perdida en la nebulosa del todo es igual, me forme a mí mismo, en mi individualidad, con mis riquezas y aptitudes particulares.

No es problema del adolescente que quiera sumergirse en el grupo, los necesita porque cuando se enfrenta al otro, se define. Se opina que la globalización, lejos de ser individualista, es suceso de grupos. ¿Es malo encontrar en el mundo a un par con el que compartir la vida? La ética plantea que el problema de la heteronomía o autonomía se define cuando se evalúa la intención. Una persona se relaciona de distinta manera con el grupo cuando lo que la impulsa a ser parte del mismo es la autenticidad o el miedo.

¿Puede haber valores en un grupo? Por supuesto. Por algo enseñamos en aulas, en grupo, formamos comunidades de aprendizaje y de investigación. La socialización es un factor primordial para captar el mensaje de las normas éticas y la esencialidad de los valores hechos ejemplo en el prójimo.

La realidad es compleja, la educación puede que esté colapsada, burocratizada, la demagogia invadió con recelo el hueco que dejó en su momento el racionalismo moderno, vacío de respuestas. ¿Cómo levantar este sistema educativo, lleno de polvo y soluciones provisorias?

Trabajando. Leí en estos días que “se educa más por lo que se hace que por lo que se dice”; decimos mucho, somos expertos en dar clases magistrales… ¿tienen sentido nuestras palabras? ¿Cómo hacer para que las palabras transformen la realidad? Cambiando de paradigma, hablando pero también escuchando, en lo posible, haciendo silencio. Proponiendo, animando a otros a que propongan. Compartiendo, saliendo a compartir, invitando, ofreciendo, previniendo.

Don Bosco confiaba en sus jóvenes porque nunca los subestimaba, confiaba en su capacidad de escuchar sus consejos con la razón, de formar una conciencia prudente. “Jueguen, pero no hagan daño.” Su mirada era autoridad, él no se alejaba a esperar que los jóvenes vengan a pedirle ayuda, él estaba antes, en el patio, para que no quepan dudas de su presencia y compañía. No son palabras, son obras, es la vida misma en acción, el valor materializado, concreto, imitable.

Suele pasar que cuando estamos en el ambiente escolar, percibimos una brecha generacional entre estudiantes y docentes que en cierto modo pone a estos últimos a la defensiva. Sin embargo no somos otra cosa: todos somos seres en formación, seres en comunidad. Nuestra misión es guiar para que ellos puedan guiarse a sí mismos, ¿cómo lograrlo si no generamos un espacio de libertad? ¿Cómo crear innovación si solo esperamos una respuesta correcta? ¿Cómo formar seres responsables si no se confía en ellos?

Nunca subestimar al estudiante. Aspirar alto, lejos, pretender que se esfuercen al máximo. Esto implica que nosotros demos más de lo que tenemos que dar. No se trata de contenidos, se trata de motivación. Hoy los chicos ven un mundo aburrido, en el que nada les interesa, el docente es el que pone en cuestión al joven: ¿Estás seguro que nada te interesa? ¿Es que no tiene valor la vida? ¿El mundo es así, ya está dado, no hay nada que hacer? ¿Y si te animás a cambiarlo? El joven no va a cambiar el mundo si no ve que nosotros ya lo estemos cambiando.

“Los jóvenes no valoran lo mismo que yo.” “La juventud está perdida.” Dije antes que docentes y estudiantes somos la misma cosa, porque ambos compartimos un mismo suelo, un mismo aire, un proyecto común. La brecha se genera en el momento en el que el adulto se da por vencido en la transmisión de valores, dejando en la superficie una norma que se hace cumplir con autoritarismo -porque no queda otra- generamos conflictos y choque en constantes dilemas morales superficiales. Cuando en realidad, deberíamos poner en conflicto al joven para que se encuentre con el valor que da fundamento a la norma. ¿Cuál es el problema, otra vez? Que los subestimamos, en lugar de explicar, gritamos.

La profesión docente está desprestigiada porque nosotros mismos la dejamos en este estado, desde el momento en el que bajamos los brazos, cuando nos preocupamos por los contenidos conceptuales más que por las herramientas que los chicos necesitan para ser ellos mismos y desenvolverse en la vida con autonomía y autenticidad. Desde el momento en el que le tenemos miedo a las cuestiones prácticas, a la eficiencia, a la calidad; y nos amurallamos en una escuela que no quiere ser una empresa, pero tampoco una solución.

Pueden echar culpas, al ministerio, a los planes de estudio, a los cambios constantes, a la falta de capacitación. Esta es nuestra cultura, ante los problemas siempre pensamos en justificarnos antes que poner todas nuestras energías en encontrar soluciones. La verdad se pone en juego cada vez que entras al aula, cuando más te exigís es cuando más exigís a tus estudiantes. Coherencia, actos, trabajo responsable. 

Julia.-

lunes, 19 de noviembre de 2012

Cintas y etimologías


El hombre es un animal de tradiciones. Enumeren, indaguen, describan, nos rodean por doquier, nunca las pensamos. Son los rituales de la cotidianeidad, del almanaque, de la superstición; provienen de la transmisión oral y práctica que uno repite porque siempre se hizo así, quien sabe qué puede pasar si dejamos de hacerlo.

Hoy vengo a desenmascarar una de ellas, ¿cómo llegó a mi este secreto? De la mano de una profesora de latín que quiso desentrañar orígenes etimológicos y animar la motivación de un grupo de alumnos dormidos. Espero que no se asusten ni se espanten, puede ser muy oscuro el fundamento de algo tan inocente como una cinta roja contra la envidia.

Cuenta la leyenda, que el pueblo romano era muy miedoso y supersticioso. Rondaba entre las calles el miedo constante al mal de ojo, o como lo nombraron ellos: envidia. En-vidia, del verbo vedere en latín, significa ver con malos ojos, maldecir con la mirada. El poder del sentido de la vista es una simbología muy recurrente en esta cultura.

Los ciudadanos romanos temían por los más indefensos, los recién nacidos. Si alguien los miraba mal podía determinar una vida miserable en el futuro. ¿Cómo lograr desviar esas miradas? ¿Cómo hacer para que se enfoquen en algo, de lo cual no puedan desprenderse? ¡Fácil! Parece ser que el tabú del sexo no llegaría hasta mucho más avanzada la historia de la humanidad, porque los romanos supieron discernir que si hay algo que domina al hombre es el deseo sexual, por eso, queridos lectores, no encontraron solución más simple que colocar un falo arriba de la cuna del bebé.

Si, así como lo leen. Los bebés, lejos de divertirse con los móviles de Fisher Price, tenían encima un falo, preferentemente rojo. De este modo, según los romanos, toda persona que quisiera envidiar al niño, quedaría distraída por el adorno, desviando la mirada y la maldición. Cuando el niño salía de su cuna, colocaban en su muñeca una miniatura roja que represente el falo, esto decantó en la simple cinta roja que observamos hoy en día por doquier.

¿Quieren saber más? La palabra falo en latín es fascinus. ¿Les suena? Piensen… Si, fascinación. Algo que te fascina es aquello que no podés dejar de mirar. No se amarguen, no se indignen, rían. Rían a carcajadas: somos humanos, animales de tradiciones. ¿Qué estaremos diciendo sin saber?

Definitivamente, me encantan las palabras.





La fuente de esta información está en el libro: "El amor y el espanto" de Pascal Quignard.

Para aquél que ya quiere ir a buscar en la RAE, acá está la entrada:
Fascinación.
(Del lat. fascinatio, -onis).
1. f. Engaño o alucinación.
2. f. Atracción irresistible.


Julia.-

sábado, 17 de noviembre de 2012

Conclusiones concluidas


Hace unas semanas me tocó escribir unas palabras a mis colegas recién recibidos. Lo que escribí no es otra cosa que lo que estoy experimentando en este tramo final de carrera. Siete materias, nada más.


Llega un momento en nuestras vidas en que nos encontramos cara a cara con una bifurcación que nos exige la imperiosa necesidad de tomar un camino. Misteriosa es la demanda de respuesta frente al llamado de la vocación, envuelta en rotunda insistencia, como una pregunta que merece ser respondida, como un problema que no podemos dejar irresuelto... optamos. Hace años, tomaron una opción y con ella se constituyeron en lo que hoy son: profesores de filosofía.

Sin embargo, el misterio de una posibilidad no queda resuelto en el momento de la elección; menos aún en este camino en el que nos vemos acechados en cada paso por cuestionamientos filosóficos que no dan respiro. Este camino es esencialmente pregunta. A pesar de eso, gracias a cada paso tomado en pos de la meta, hoy se ven ustedes parados sobre suelo firme, sobre una certeza: una meta alcanzada, un título que es símbolo de haberse animado durante cuatro años a mirar cara a cara a las aporías filosóficas.

La educación es tarea difícil, la filosofía es arduo pensar. Esta vocación está muy lejos de ser poco seria. Pero la realidad es que nada resulta más apacible que dejarse ser en el curso de una profesión que te va formando mientras uno la abraza con amor. Hoy cada uno podrá pensar, hegelianamente hablando, si haberse devenido en profesores ha logrado ser un auténtico despliegue de lo que ya se encontraba latente dentro de ustedes.

¿Es este acto la síntesis final de ese despliegue? No caigan en la tentación de cerrar etapas, porque la vocación es la fiel compañera que no conoce el abandono; y en el caso de ustedes, compañeros, ya sabrán que la educación y la filosofía no conocen límites.

Esperamos que su camino continúe siendo pregunta que los incentive a no caer en la tentación de por creer saber enseñar olvidarse de continuar aprendiendo, que les recuerde que deben constantemente mirar las cosas de nuevas maneras; queda mucho por construir y la filosofía no es otra mas que inventar mundos posibles.

Gracias por ser ejemplo, por ser constancia y firmeza. Espero se encuentren en cada aula, en cada clase con esta certeza habitando en su corazón: “Amo enseñar. No quiero estar en otro lugar”

Julia.-

jueves, 15 de noviembre de 2012

No pensar.



Hago fuerza con mis neuronas, pero tengo la leve sensación de que a mis 22 años todavía no desarrollé la capacidad de controlarlas. Es un hecho, cuando no se tienen ganas de pensar no hay fuerza de voluntad que ponga en funcionamiento mi fábrica de ideas. Sé reconocer desde el principio cuándo un día resultará la materialización de la improductividad, personalmente no sirvo para remontar las cosas cuando no me despierto motivada, estos días suelen estar predestinados a concluir con el rótulo de: un día más.

El problema de estos “un día más”, que a veces abundan en temporadas, no son ellos en sí mismos, sino la culpa que aparece en cantidades extremas y rebosa el tedio que ya estaba instalado en la nube que no es sino tu mente. ¡Por qué no me dejas disfrutar de mi día más! ¡De los capítulos de series uno atrás de otro! ¡De mirar el techo sin entender por y para qué!

El cerebro te engaña. Es clarísimo que es él el que te dijo apenas te levantaste: hoy no me presiones. Él rechazó todas tus propuestas productivas y te invitó a reposar tranquilamente frente el televisor, ¿quién otro podría quejarse más que ÉL? Sin embargo el muy vivo no quiere asumir su responsabilidad en este asunto y siempre solícito en mostrarse como el responsable de esta cosa que soy yo, no hace más que echar culpas. Créanme, él es la parte inteligente, sabe cómo hacer para salir indemne entre la batalla del deber y el querer.

 Mientras tanto, en stand by, nos sumimos en el aburrimiento. ¿Qué es el aburrimiento? Es esa sensación de que nada es distinto, todo es igual, nada importa más que otra cosa, nada es sorprendente ni extraordinario. Es la vida lineal, sin quiebres, monótona… ¿La falta de sentido? No creo que en un día más que pase vamos a enfrentarnos a la falta de sentido en nuestras vidas, pero cuando se vuelven recurrentes, por ejemplo en esa sensación de domingo que te aqueja, puede que esa palabra: sentido, comience a resonar en tus oídos.

Dicen los manuales de filosofía que el tedio es disparador de la pregunta filosófica: ¿qué sentido tiene esta rutina? ¿Se vive en la monotonía o existe otro modo de vivir? ¿No tendré que cambiar algo? ¿A dónde estoy yendo? ¿Dónde quiero ir?

No hice nada productivo en este día, me alarmé, empecé a escribir y volví a la filosofía. Me siento yo de nuevo.


Juli.-





Para los tediosos, recomendación TED:


martes, 13 de noviembre de 2012

Sospechando de la ciencia...


Rumbo al final de Epistemología, pienso...


La epistemología es un área de pensamiento atravesada por tantas aristas que por dónde se la mire resulta de lo más complicado alcanzar una percepción simple de su problemática. Comienza con un: ¡Pensemos la ciencia! E indefectiblemente con ella pensamos al hombre, pensamos la realidad, la crítica, la filosofía, la educación, la política, la técnica, la verdad. Epistemología es caleidoscopio, de formas, de creencias, de supuestos, de hechos, de cotidianeidad.

Podríamos haber imaginado que no hay mucho que decir acerca de la ciencia, porque ella se encarga de decirlo todo, ¿de qué vamos a dudar? Su impronta de certeza, de salvadora de la realidad objetiva nos sobrecoge, nos tranquiliza. No hay nada que decir porque la ciencia nos dice lo que es, de una vez y para siempre. Este es el modo en el que transitamos por este mundo científico y técnico.

Sin embargo, la filosofía no descansa. Parecería que en ruinas, sin armas, con una mísera capa de superhéroe veterano, logra levantarse para mirarla a la ciencia a la cara y decirle: ¿yo por qué tengo que creerte a vos? ¿Tiembla la ciencia? ¿Se intimida? Apenas. Está acostumbrada a cerrar puertas.

La ciencia no comprende que la filosofía ya ganó una batalla que a ella todavía no le tocó traspasar, la filosofía ha logrado vencer la pretensión de dogmatismos o por lo menos, ya no pone todos sus esfuerzos en la construcción de grandes sistemas. La filosofía parece caída, pero es esta la que la posiciona en el lugar indicado para enfrentar a la ciencia.

Me cuesta comprender el origen de esa tendencia a la cerrazón, al sistema dado, a la verdad apodíctica. Encuentro tantas fallas y contradicciones en ellos, que no podría decir que son fiel reflejo de la realidad; Gabriel Zanotti escribe en uno de sus libros: “la ciencia es tan humana que si no es humana, es revelación o instinto.” Si los hombres no son sino los principales y únicos que consolidan la filosofía y la ciencia, ¿es él el que anhela certezas que no puede dilucidar en la realidad? ¿Por qué nos desprendemos de tanto a cambio de continuidad y firmeza? ¿Cuándo nos vamos a animar a romper con la pasividad de una ciencia con certezas pero fundamentos de cristal?

El razonamiento simplista que abraza el positivismo con sus hechos claramente descifrables a la luz de la experimentación, con sus observadores objetivos, una realidad plasmada en cada experimento y la fuerza de la inducción presentada con firmeza lógica; resultó tan útil a una sociedad deseosa de progreso que hoy en día, arraigada en cada institución educativa y manual de ciencias, nos es imposible desterrar. Asentada en sus pretensiones de universalidad, solo un retorno a lo particularísimo, a la comprensión de lo singular podría revitalizar esta ciencia estancada.

“Por tanto quienquiera que plantee un sistema de enunciados absolutamente ciertos, irrevoclablemente verdaderos, como finalidad de la ciencia, es seguro que rechazará las propuestas que voy  a hacer. (…) Las metas de la ciencia a las que me refiero son otras: (…) la libertad de dogmatismos; para quienes buscan la aplicabilidad práctica, pero se sienten atraídos aún en mayor medida por la aventura de la ciencia y por los descubrimientos que una y otra vez nos enfrentan con cuestiones nuevas e inesperadas, que nos desafían a ensayar respuestas nuevas e insospechadas.” Karl Popper, “Lógica de la investigación científica” pág. 37

Fue necesario un Popper, un Bachelard, que con sus lógicas del detalle, del argumento particular que es capaz de arrasar cualquiera enunciado absoluto, lograron descontracturar una mente rezagada, una ciencia que, acostumbrada a entenderse en sus términos socialmente aceptados olvidó significarlos constantemente. Me da la sensación de que la realidad con la complejidad que la caracteriza, pasó por encima ese reflejo estable de lo que era, pero nunca es.

Estos epistemólogos comprendieron que detrás del hecho hay un ser humano que comprende, una teoría que avala, una experiencia que no está por fuera de uno mismo. Hombres sabios son los que se animan a las contradicciones, a lo que no sabemos, a no tenerle miedo al error, porque este es la vía más fiable para acercarse a la verdad. Bachelard nos dijo: “El conocimiento de lo real es la luz que siempre proyecta alguna sombra.” Animarse a conocer la sombra, eso es lo que nos hace verdaderos científicos. Descubrirnos a nosotros mismos en el quiebre, en el obstáculo, en la discontinuidad, porque… ¿Quién se anima a afirmar que su realidad es continua? Que una idea surja lentamente no implica que no desencadene un quiebre.

Volvemos al hombre, ese que caracterizamos como deseoso de certezas y sistemas firmes que le den un suelo estable donde poder vivir tranquilo; ¿se anima el hombre a enfrentar contradicciones? ¿A buscar la prueba que false su teoría? ¿Nos animamos nosotros a que la realidad nos diga: estás equivocado? No. Por eso el positivismo continúa vigente en nuestras épocas. En este mundo nos llena de orgullo tener razón.

Una razón que la filosofía misma se encarga de desmitificar de la mano de Foucault, él es quien piensa lo impensable, quien descubre en la locura aquello que fue desterrado en pos de garantizar la continuidad y el progreso. Es fácil vivir seguros dentro de un castillo de certezas cuando yo soy el que elige las piezas que deseo incluir en el mismo; esto es la historia sancionada y la historia perimida que destacaba ya Bachelard, ese museo de errores que ya no es historia, porque nuestra historia son solo los triunfos. Otra vez, desviando la mirada de las sobras…

El hombre ha muerto, recalca Foucault, porque el sujeto moderno, trascendental, el hombre que es en su condición de posibilidad de conocer y hacer ciencia, no existe. ¿Existió alguna vez? Que perdura, es una realidad, sigue presente ahora como una capa más de significatividad por debajo de este concepto, subyace en la palabra, permanece como sustrato. Esta materialidad, sin embargo, no es fija, no es certera, no es de una vez y para siempre. Es en la historia, es dentro de un entramado de poder.

¿Es inocente la pretensión de razón?  Y si la razón se manifiesta con todo su esplendor en la ciencia: ¿es inocente la ciencia? Dijimos al inicio que pensar la ciencia resulta pensar el estado, el poder, la educación. Desde las ideas de normalización, el Estado es el fiel promotor de la ciencia, es el monopolizador del saber, el aliado de las mentes que en su patrimonio, le confieren poder. Weber explicita en los modos de dominación, cómo el Estado avala la propulsión constante de los procesos de racionalización, y el hombre da por hecho una coerción lógica, un mandato obediente. ¿Es este un signo del progreso? ¿Todavía nos animamos a actuar en nombre de ese supuesto ideal? ¿Cómo salir de un círculo vicioso que se encarga de cerrarle puertas a la interpretación de la realidad? Parecería que no solo debo pensar por fuera de la ciencia apodíctica, también debo pensar por fuera el Estado, por fuera del poder y por fuera de la razón. Imposible, ¿Utópico?

Weber nos dice que la racionalidad institucionalizada avanza porque ha desaparecido el sentido y la pregunta por el mismo. ¿Cómo romper con las acciones racionales respecto a fines? Eligiendo, valorando:

“En lugar de enmascarar los juicios de valor bajo un ropaje científico, las ciencias sociales deben hacer explícitas las opciones de valor que están detrás de las controversias públicas de la sociedad moderna y permitir que la gente tome decisiones adecuadas en función de sus propios valores, evitando así sugerirle de una manera semi-autoritaria soluciones cuasi-objetivas de los problemas sociales.” Max Weber.-
Siempre me repito: “la filosofía no es más que inventar mundos posibles.” Si reconociéramos en la ciencia ese carácter humano que ya reconocimos en la filosofía, y nos animamos como niños a dejarlas interactuar como dos esferas de nuestro ser, como dos herramientas que se esfuerzan por comprender el mundo y por comprenderse; entonces, entenderíamos a la ciencia como arte, como creación y posibilidad. Bachelard utiliza la imagen de la arcilla, una cosa es verla, otra muy distinta es jugar con ella, experimentarla, ser uno con el objeto.

Foucault describe a Bachelard y encuentro en este relato la acción que debería constituirnos como seres interpretadores de la realidad:

“En cierto modo, Bachelard juega contra su cultura con su propia cultura. En la educación tradicional y en la cultura recibimos cierto número de valores establecidos, cosas que uno debe leer y cosas que no debe leer, de obras estimables y otras no estimables, están las pequeñas personas y las grandes personas… En fin, ese cielo celeste, tan bien jerarquizado, con sus tronos, dominaciones, ángeles y arcángeles, con roles precisamente bien definidos. Y bien, Bachelard sabe desprenderse de esa jerarquía de valores establecidos, sabe separarse él mismo y lo hace “leyendo todo” y haciendo jugar, en cierto sentido, “todo contra todo”, como esos jugadores de ajedrez hábiles que llegan al rey con los pequeños peones. Bachelard no duda en oponer a Descartes a un filósofo menor o a un sabio imperfecto del siglo XVII. No duda en poner en el mismo análisis a los más grandes poetas y luego a un poeta menor, que descubrió por azar. Él no pretende reconstruir la “Gran Cultura” sino que trata de atrapar su propia cultura, con sus intersticios, sus fenómenos menores, sus pequeñas caídas, sus falsas notas”

Apresar la realidad en su universalidad parece demasiado pretencioso  no lo logra la filosofía, tampoco la ciencia; pero esto no significa que no pueda utilizarlas para interactuar con la realidad, transformar los hechos en su singularidad, valorar mi cultura, mis vacíos de interpretación, mis sombras.

Julia Tartaglia.-

viernes, 9 de noviembre de 2012

Balances poco económicos


Una de esas personas que quiero muchísimo y que conozco hace años, con resignación y un dejo de reto, me dijo lo que siempre supe que él pensaba: vos das para más.

Hoy siento que me gradúo. Terminé mi año lectivo no solo de mi carrera, también con mis dos grupos de quinto año a los que tengo como estudiantes y con los que transité un recorrido asombroso de preguntas e intentos de respuesta. Creo que es tiempo de hacer balances.

Mi amigo me dijo que yo daba para más, porque ser profesora de Filosofía resuena a ideas locas de las estrellas y unicornios voladores, generadas por la hambruna que provoca el sueldo docente. Parecería que estudiar cuatro años para ser profesora es nada, que mis exámenes no son verdaderos, que mi título no vale, que no construí ni me convertí en una persona diferente a lo largo de estos años. La verdad, conozco esos prejuicios porque me rodean, me rodearon siempre. Pero ¿realmente “doy para más”? ¿Hay algo que yo no esté dando?

Si dar para más es ganar más, no me interesa el planteo porque tengo una mente abierta que ve más allá del factor económico y atiende al ser humano en todas sus dimensiones. Si dar para más, es estudiar algo difícil, los invito a leer la Crítica de la Razón Pura. Si dar para más implica que mi profesión sea inútil, replantéense el papel que le están dando a la educación para la transformación de la realidad. Si dar para más quiere decir que yo me estoy quedando con algo, les cuento que mi ideal es sin pasión no se logra nada asombroso, y para hacer algo con pasión hay que darse por entero. Si dedicarse a las ideas resulta poco meritorio, sigamos caminando así en un mundo sin colores, sin profundidad, sin sentido.

Transitar mi profesorado me cambió, o quizás solo logró sacar de dentro mío algo que ya se encontraba latente. Crecí en él entre dificultades teóricas, humildad y alegría salesianas, y esa sensación de querer abrazar sus paredes. Aprendí a conocer y amar no solo a la filosofía, también a la docencia. Sé que lo di todo porque si no hubiera sido así, hoy no me sentiría tan completa.

En el aula, con mis errores e improvisaciones típicas de la falta de experiencia, no deje de ser yo misma. Será mérito de la filosofía, de las ideas que propuse, del método o de los maravillosos estudiantes con los que construimos una auténtica comunidad de indagación; pero la verdad es que hoy nos despedimos abrazando nuestras preguntas y con la única certeza de saber que no hay que tenerle miedo a las incertidumbres. Llegué a conocerlos tan bien que me cautivan sus valores, me inspiran sus decisiones, las ganas y motivaciones que los impulsan a cumplir sus sueños.

Señoras y señores, a esta altura del año solo abunda en mí la grandiosa satisfacción de las metas cumplidas y del saber que no doy para más, porque lo di todo.

A modo de cierre, palabras de la futura abogada. Gracias Jose por esto:

“La filosofía es muchas cosas. Es una búsqueda de certezas en un mar de dudas; es un conjunto de certezas que nunca dejan de metamorfosearse en dudas ¡Y eso está bueno! Es la pasión de Chuli, es la pesadilla de las mentes chatas. Es la antítesis de todo aquello que está establecido porque sí, porque se necesita un orden, porque hay que acallar esas preguntas que nos queman la cabeza, el alma, la garganta. Es buscarle un sentido a la vida, pero también, buscar una vida con sentido.”

Julia.- 

jueves, 8 de noviembre de 2012

Reflexiones patrióticas


Me molestan sobremanera las palabras estancadas, esos conceptos que por su forma y contexto parecen decirlo todo, pero que carecen de contenido. Son como tipografías vacías de color, desnudas de textura. Pura forma… ¿formalidad? Me da la sensación de que el mero suponer o dar por hecho que tal concepto es sublime u honorable es lo que nos hace entronarlos y adorarlos sin animarnos a preguntarle a él mismo qué es lo que quiere decir. No nos damos cuenta que si no charlamos con los conceptos no podemos hacerlos significativos, no podemos conocer. Lo único que logramos es sacar el tapón y permitir que su sentido se diluya… se pierda.

Nos dicen que hay conceptos que no se aprehenden pero que sí se sienten, se experimentan; luego es muy complicado poner en palabras todas las emociones que comprende un concepto y por eso preferimos dejar a un lado la ardua tarea de definición.

Una palabra que nunca me animé a comprender es la palabra patria. Toda su solemnidad y ritualismo impone un respeto que ahuyenta las preguntas, da miedo no entenderla porque a nadie le gustaría ser tildado de traidor, mejor no intentemos comprender. Pero eso sí, hay que amarla; porque todos dicen que eso es un valor.

Fechas patrias, amor a la patria, madre patria, símbolos patrios, valores, historia. La Patria no es la bandera, no es tu país, ¿es la gente? ¿Es la tierra? ¿Es la misma para todos los argentinos? ¿QUÉ ES? La Real Academia Española decidió iluminarme y me contó que la patria es la tierra natal o adoptiva a la que uno se siente ligado por vínculos jurídicos, históricos y afectivos. ¿Si no tengo amor a la patria entonces no es mi patria? No me estoy haciendo la tonta, si lo creen así entonces queridos lectores definan ahora mismo la palabra patria

No sé lo que es, pero debe ser algo. La pobre palabra suele enojarme mucho porque tengo la sensación de que muy pocos se animan a definirla y sin embargo se llenan la boca diciendo que actúan en su nombre. No sé qué es la patria, sé que nací en Argentina –eso dicen los papeles. Conozco mi historia, a las personas que lucharon por un nombre, por un ideal, por la libertad. Me han contado sobre todos los proyectos de nación (otra palabra interesante) que reposaron sobre este suelo, sobre las guerras, disputas, consensos y violaciones. Nací acá, esta cultura me rodea y no otra, eso es bastante ¿no?

Sé de muchos que denuncian el vacío de la palabra patria, también sé del dolor que los envuelve. Dolor que comparto y que surge de haber nacido en este lugar, establecido los lazos más importantes de tu vida y que sin embargo no se respeten los valores que uno lleva tatuados en el corazón. Dolor de que la patria me sea ajena porque no la reconozco como construcción constante, actual, crítica y auténtica. Dolor porque el hecho es que no puedo deshacer mi argentinidad.

En estas palabras pretendo abrazar a todo argentino que se anime a denunciar el vacío de los conceptos que pretenden ser los constitutivos de nuestra identidad, descubro en ellos seres más auténticos y comprometidos con la realidad en relación a los otros, que agachan la cabeza ante un discurso. Quiero descubrir y rodearme de gente que parta de acá para descubrir un nuevo sentido, construirlo.

Cuando estaba en quinto año llevé con orgullo la bandera de ceremonias y pronuncié de corazón el juramento, recuerdo el último himno que canté alzándola, tan emocionante… En ese entonces sentí y experimenté, lo cual hace que se torne demasiado significativo para mí encontrar una respuesta, la patria algo debe ser. En un deseo de hacer pie decidí que para mí la patria debe tener algo que ver con los valores que encarnan y transmiten las personas que comparten una misma tierra –algo más que mero espacio físico- ¿Será que no estamos compartiendo ningún valor y por eso nos es tan difícil entender lo que la patria sea? ¿Los argentinos, tenemos códigos? ¿Los respetamos? ¿Qué valor somos? ¿Qué somos?

Hoy no entiendo a mi patria, me siento tan Charly García en Botas locas, cantando “si ellos son la patria yo soy extranjero.” No hablo de discursos políticos, me refiero tan solo al hecho de pedirle amablemente a un señor que apague la música fuerte en el colectivo y que él me responda con una sarta de insultos que no me voy a molestar en transcribir. Esa relación tenemos, nadie nos creería que compartimos un mismo suelo.

La cuestión es que me hice educadora, es mi deber construir ciudadanos responsables. Por eso, aunque hoy no la comprendo, quiero hacerlo, quiero crearla. Pongo mi empeño en mi patria que añoro sea educación, prosperidad, libertad. Para lograrlo educo, produzco y promulgo la libertad  como herramienta necesaria para que cada uno se anime a pensar en su valor y con él transforme esta tierra.

Si le ponemos valor a nuestro trabajo –nuestro medio para transformar la realidad-  vamos a ver resurgir aquellos conceptos estancados en una nueva significación. De esto pueden estar seguros: nadie lo va a hacer por nosotros. ¡Hablen con las palabras!



Julia.-

lunes, 5 de noviembre de 2012

Nineteen eighty four .-


Mi nombre es Julia. Mis papás siempre me contaron que decidieron llamarme así por una canción que estaba basada en una novela. De chica, escuchaba la canción dos o tres veces en el año, porque me parecía algo demasiado valioso como para andar reluciéndolo cotidianamente. Julia fue escrita por Rick Wakeman, tecladista de Yes, por si no lo ubican. Un señor muy alto con cara de vikingo que es capaz de tocar seis teclados al mismo tiempo. Me crié con este señor y me llenaba de orgullo tener el nombre de su canción.

A los 16 años me invadió el pensamiento político, muy poco auténtico debo afirmarlo, mi crítica hacia el orden establecido ya venía predeterminada un poco por mis genes y otro tanto por la acérrima vocación libertaria de mi hermana mayor. No tuve mucha opción… bueno, siempre existen las opciones.

Ese mismo año, una profesora se cruzó por mi camino con el objetivo fijo de abrir mentes capaces de interpretar críticamente la realidad. El clima estaba dado, amigos igualmente politiqueros con demasiados argumentos frescos, salidos del horno, listos para ser refutados. Entre películas, recortes de diario y libros de historia política, sentí que comenzaba a pensar y que existía todo un universo de cuestiones sociales, culturales e históricas que me esperaba junto a mis ideas.

Diecisiete años. Abro un libro: 1984 de George Orwell. Como dije, pude durante mucho tiempo haber escuchado una sola campana de la historia, aquella de defiende las libertades individuales y la búsqueda autónoma de la felicidad; pero también leí, me formé y nutrí mis ideas con todo lo que tenía al alcance de mis manos. Cuando leí la primera página de 1984 supe que se iba a transformar en mi libro de cabecera, que ese mundo relatado cual ciencia ficción no era otro más que este mundo: el que se vale de los más altos valores como la verdad, la justicia y el amor para encubrir sus antónimos, cimientos de la realidad. Un mundo de apariencias, donde las palabras buscan ser equívocas a propósito para seguir justificando un orden alterado de las cosas.

Pensar críticamente. ¿Cómo sobreviven las ideas cuando utilizan tus mismos ideales en pos de objetivos contrarios? ¿Cómo responder lógicamente cuando la irracionalidad domina el sistema? ¿Cómo exigir respeto en un ámbito que no es más que poder? Cada día, como el protagonista de la novela, el esfuerzo que debemos hacer es mayor para seguir comprendiendo las ideas que se defienden y la lógica que abraza mis fines. No estoy loca, tengo razón, ¿o no estoy percibiendo objetivamente la realidad?

Sentada en un campo leyendo, en el medio de la nada, contra un árbol: Winston descubre que esa chica que lo había enamorado se llamaba Julia. Intrépida, sagaz, inteligente. Igual que la Julia de mi canción, porque claramente siempre habían sido la misma, pero fueron necesarios 16 años, descubrir mis ideas, defenderlas y fundarlas para poder encontrarme con Julia.

La lógica no bastó para salvarla, aunque en realidad nunca lo sabremos. ¿Las ideas se doblan contra el poder? Yo confío en las ideas, por eso me dedico a ellas. Mi protagonista me dijo estas palabras en la novela: “Dentro de ti no pueden entrar nunca.” Y me rodean claros ejemplos que son testigos de la certeza de esa frase. Pero las ideas están hechas para compartirlas, para transformar la realidad. Julia no pudo, yo puedo.

"Sabemos que nadie se apodera del mando con la intención de dejarlo. El poder no es un medio sino un fin en sí mismo. No se establece una dictadura para salvaguardar una revolución, se hace la revolución para establecer una dictadura. El objeto de la persecución es la persecución misma. La tortura solo tiene como finalidad la tortura. Y el objeto de poder no es más que el poder." 
George Orwell, 1984. 

Bajo el nogal de las ramas extendidas, yo te vendí y tú me vendiste.-  


Julia.

domingo, 4 de noviembre de 2012

Heredado


Es tan físico, material y concreto el hecho de que fácticamente soy mi mamá y mi papá, que no me parece una locura buscarme y encontrarme en ellos. En cada rasgo, causa y motivo de mis decisiones, gustos y preferencias, quiero rendir honor a lo que no es más que esta constitución genética, plenamente heredada.

Un día, así sin buscarlo, estaba comprando unas cosas acá por mi pueblo y la señora que me atendía me preguntó qué estudiaba. “Filosofía”, le dije, “digna hija de tu padre” me contestó. Esas simplezas me dan sostén. Amo la historia y abrazo la mía. Me encanta experimentar esa sensación de serme fiel y serle fiel al sueño de dos personas.

Sin embargo, el camino que lleva al conocimiento de nosotros mismos es prácticamente un camino de toda la vida, y aunque ellos nos dan muchas pistas, son innumerables las veces en las que nos perdemos en la niebla de esta nueva combinación que somos, de las nuevas circunstancias que debemos pasar, de los nuevos tiempos, colores y aromas. ¿Nuevas formas de amar? Gracias a la vida, el amor es siempre el mismo y ellos ya me lo enseñaron.

Las palabras me son heredadas de mi papá. Él escribió hace muchos años:

Crecer, meterse en lo profundo de mí para descubrir los porqué, los cómo, los dónde, para encontrarme conmigo mismo, este desconocido ser que se completa en aparecer y desaparecer, en callar y en hablar, en amar y en odiar.

Si, buscar la perfección conociendo lo imperfecto (la tinta que plasma imágenes irreales con palabras fantasmas y silencios de ausencias).

Conociéndote en tu misterio de soñar; y ser capaz de dibujar y encerrar en el pentagrama mágico de la poesía un poco de la timidez que escupes al mundo.

Somos así, empezamos un camino y terminamos otro, añoramos seguridades e inquietamos futuros insertándonos en la célula original del movimiento, que late.

Y estamos vivos viviendo
                               Muertos muriendo.-
                                                                                                                                                             Oscar Tartaglia.-