Generalmente, cuando alguien dice
que estudia filosofía la primera de las reacciones es: “Ah, re volada.” Si, así
somos nosotros, pensadores del más allá, de la esencia de las cosas, del fundamento
último de la realidad. Filósofo es el que se sienta a contemplar para descubrir las ideas de las cosas y poder comprenderlas en su ser. ¿Así soy? ¿Así de
pasivos estamos en la interpretación del mundo?
Cuentan que en la antigua Grecia,
para ser filósofo había que tener tiempo para no hacer nada. La filosofía era
el privilegio de unos pocos que no estaban ocupados garantizándose el pan de
cada día… Comprender la verdad suponía sentarse a contemplar, esto me lleva a
una conclusión directa: para pensar la vida no había que “vivir.” ¿Unos son los
que piensan y otros los que “viven”? ¿En qué pienso si no es en lo que
experimento? ¿Se puede vivir sin pensar?
Las consecuencias de una filosofía
que no se piensa desde la vida, desde la realidad concreta, asustan a los que
trabajamos en su constante reconciliación. La separación entre filosofía y vida
es una deuda que los filósofos –y todos nosotros- tenemos con la realidad. La
filosofía no es útil, la filosofía siempre llega tarde, nunca podemos
aprehender el presente, pensar filosóficamente no aporta soluciones… ¿Qué
sigue? ¿Dejemos de pensar?
Divago entre estas ideas porque
es lo que me está pasando. Hace semanas que estoy sentada leyendo y leyendo, “contemplando”
teoría escrita; eso supuso un gran esfuerzo mental de mi parte para poder
abstraer el razonamiento de otra persona, seguir sus pasos y hacer todo lo
posible para apropiármelo –cosa bastante complicada cuando el autor no me ayuda
ni con un ejemplo concreto. En un primer momento me siento pasiva, esas ideas
no son mías, ni siquiera hablamos el mismo idioma. No te entiendo, te contemplo de lejos.
Es como sentarme a ver el cielo,
conocer el lugar que le corresponde a cada estrella en el mismo… pero nunca
entender el ser de la estrella, porqué está ahí, de dónde viene su luz. ¿Alguna
idea?
Me sumerjo en Hegel, conceptos
voladores, conciencias que se despliegan, autoconciencias que luchan por su
reconocimiento, espíritu que se muestra. Recito párrafos de memoria, descubro
ideas centrales, reconozco, pero no entiendo.
Y entonces, genio el que inventó
esta metáfora: la lamparita. Hegel me hace trabajar, en mi mente corro de un
lado a otro cargando palabras que intentan conectarse unas a otras, ideas que
se llenan de contenido, dialéctica de reconciliación. Para mi mamá yo no me
moví de la silla del comedor, pero créanme que estuve en mil lugares distintos.
¿La filosofía es pasiva? ¿Pensar es contemplar? No, pensar es construir la
realidad, es hacerte ser, es crear mundos posibles. Pensar es practicar teorías, ensayar mundos,
reconstruir argumentos. Es la ardua tarea de traer al presente el pasado y
hacer de él algo nuevo.
Pensar es viajar y volver
comprendiendo la totalidad, reinterpretándola. Cuando menos lo esperas, te
descubrís en esa experiencia… siendo capaz de hacer cosas que en la quietud
parecían imposibles. Para mí, teoría y práctica son dos caras de una misma moneda,
no existe una sin la otra. Pienso para
vivir y la mayoría de las veces, vivo para pensar. Me enorgullece, porque
la filosofía intenta no solo proporcionar vida, sino hacer posible que vivamos
bien. La filosofía si está separada de la vida, no es filosofía.
Vivís y algo acontece: podes
entender que estás viviendo. A todos les pasa porque todos somos filósofos, ese
es el inicio de tu historia de pensamiento… desplegalo.
Nadie, pero nadie, puede hacerlo por
vos, nadie va a pensar lo que vos no pienses. Muchos manipuladores
intentarán convencerte de lo contrario, no lo permitas.
De pronto ves el cielo y todo
tiene sentido.
Julia.-
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