Es una
verdad reconocida por todo el mundo que toda definición de filosofía
termina siendo muy pobre. En mi primer día de profesorado, mi director le dijo
al curso: “No hay cosa más terrible para un profesor de filosofía que contestar
la pregunta por lo que la filosofía sea.” Sabias palabras, señoras y señores.
Es simple definir las demás
disciplinas y ciencias, incluso etimológicamente resulta sencillo, prueben con
la biología, la física, la matemática, la literatura… Pero cuando buscamos la
etimología de filosofía nos encontramos con un superficial y poco entendible “amor
a la sabiduría.” No sabemos de objetos de estudio, de métodos y
circunscripciones al campo científico. Encontrarse con la filosofía y
comprenderla es la tarea final de todo curso filosófico e implica un arduo
camino. Así somos los de este lado, no nos comprende ninguna definición, no nos
entiende el diccionario. ¡Qué complejos!
En la filosofía todo empieza mal porque
lo inmediato hay que dejarlo para después. Entras al aula, presentas la materia
y te quedás sin palabras tan solo frente a la primera pregunta: ¿Qué es la
filosofía?
Ahora, hay otra verdad reconocida por
todo el mundo, y esta es: para el docente, no está delimitado el rango de
posibles educandos. Sí, somos educadores en todo tiempo y espacio. Desafíos
vocacionales que abundan en posibilidades e incertidumbres de escenarios y
personajes posibles.
Así fue que un domingo a la madrugada
me encontré con la pesadilla de todo profesor de filosofía -multiplicada exponencialmente
porque había tomado algo de cerveza- Yo solo quería llegar a mi casa y dormir,
pero no. El señor taxista tenía que sacar conversación y le puse onda porque…
no sé por qué. Sepan lo siguiente, esta no es la primera vez, pude haber sido
más astuta, mentir; pero las palabras salieron solas de mi boca ¡Atolondrada!
- ¿Te fuiste de vacaciones?
- Unos días, antes de que me agarre la culpa de
no estar estudiando.
- Ah, ¿te llevaste materias?
- (Cara de: “Ja, no tengo 16 años” + Risas) No,
estoy en la facultad. (Más risas para opacar la vergüenza)
- Y… ¿Qué estudias?
- (¿Por qué? ¿POR QUÉ?) Profesorado de Filosofía……
- …
- (Ya sé que querés preguntarlo, dale.)
- (Timidez) Mirá… justo mi hija me preguntó el
otro día: ¿Papá, qué es la filosofía? Y yo le contesté: ¡A mí me preguntas esas
cosas!
- Claro, es difícil definir la filosofía, lo
peor que nos pueden hacer es preguntarnos eso. (Traducción: no pienso contestarte)
Pero bueno, le contesté, porque
precisamente eso es el amor a la sabiduría. Un amante de la verdad no puede
dejar sin contestar una pregunta, o por lo menos intentarlo. Improvisé una
clase de 20 minutos arriba de un taxi en la cual mi estudiante hizo preguntas
muy interesantes; descubrí a través de ellas sus conocimientos previos:
conectaba la filosofía con los griegos, con la mitología, entendía que eran
distintas pero no sabía muy bien por qué. Le hablé de etapas históricas y de
preguntas existenciales. Recalqué que todos somos filósofos porque todos nos
preguntamos y cómo la filosofía intentaba dar respuestas racionales. Me dejé
llevar un poco… Lamentablemente no llegamos a argumentos ontológicos y pruebas
sobre la existencia de Dios, tampoco pude recalcar el problema metafísico, ni
nombrar las antinomias de la razón pura.
Como siempre, la docencia te deja los
más gratificantes frutos, el tachero me felicitó por “el léxico preciso” que
utilicé y me llenó de ganas de estudiar cuando me dijo con sinceridad que daba
muchísimo gusto escuchar con la energía que explicaba, “yo entendí todo todo lo
que vos dijiste” agregó. Se despidió con esta frase: “¡Mañana voy a despertar a
mis hijos a las 8 de la mañana y les voy a explicar todo lo que aprendí hoy!”
Así es el saber, así son las ideas,
regocijan en la mente y en el encuentro… por algo decidí también abrir este
blog. Hoy son tres personas las que saben que son filósofos porque pueden
preguntarse por el sentido, la existencia, la libertad y Dios.
La filosofía te busca y te encuentra
en los lugares (y horarios) menos pensados.
¡Compartan su saber!
Julia.-
Estoy pensando en empezar a hacerme
pasar por estudiante de Ciencias Económicas. ¡La vida sería tan simple!