Una de las preguntas que me
encanta hacerle a mis estudiantes es: ¿Qué es la realidad? Me acuerdo que el
día en que planifiqué ese tema por primera vez, senté a mi mejor amiga con un
mate de por medio y le hice esa pregunta para ver si era posible llegar a algún
lado. La experiencia fue fructífera y llevé esa pregunta al aula.
Es desconcertante, incluso
frustrante, descubrir lo difícil que
es dar respuesta a preguntas que parecen obvias. ¿Cómo qué es la realidad? ¡La
realidad es.....! ¡Eso! ¡Esto! ¡Aquello! - ¿Pero qué es concretamente? Escribime
una definición. – (Y ahí todo se torna demasiado divertido para el profesor de
filosofía)
Otra que siempre enmudece a los
chicos –y no tan chicos- es la pregunta que surge en toda clase de
antropología: ¿Qué podemos decir sobre el hombre? ¡Que tenemos cuerpo y alma! -
¿Y qué es el alma? .............. cri cri. - ¿Cómo te das cuenta que tenés
alma? .......... cri cri. Desconcierto
total.
Volviendo al problema de la
realidad, siempre insisto en él porque hay algo fundamental que se desprende
del mismo: ¿La realidad es estática o se puede cambiar? Heráclito y
Parménides; Platón con sus ideas inmutables, Aristóteles y su causa eficiente;
la lista de respuestas no tiene fin. Respuestas que no pasan de moda, pero que
no dejan de ser palabras de otros. Ahora, poner a un adolescente frente a este
dilema implica una toma de postura crítica en relación a su vida y a su futuro:
la realidad es lo que existe, lo que es, lo que tiene sentido... ¿Podría ser otra? ¿Sí o no? ¿Depende de mí ese cambio?
¿Hasta qué punto? ¿Qué voy a hacer al
respecto?
El adolescente sueña, idealiza,
cree ciegamente en un futuro mejor. Descubre con facilidad las injusticias, las
incoherencias, las falacias del discurso; pero ¿realmente quiere hacerse cargo
de lo que viene?
Cuando digo que soy profesora de
filosofía tengo que hacer todo un rodeo para eliminar los prejuicios, no solo
de la disciplina, sino también del trabajo con los jóvenes. El estigma de ‘la
juventud está perdida’ nos acecha por donde quieras, incluso en el salón de
clases; escribí, pensá, tomá apuntes, sacá conclusiones, ¡ponete las pilas!
¿Existe un límite?
Cada día que pasa te olvidás un
poco lo que es ser más chico; sobre todo te olvidás de esos ideales, de
cómo querías cambiar el mundo... de las camisetas que te pusiste el día que
decidiste tu causa, tu futuro, tu motivo, tu
sentido, tu realidad. Cada día
que pasa se abre una brecha que imposibilita la comunicación entre
generaciones; y eso es lo más grave que le puede suceder a un docente, porque
educar es estrechar lazos, es comunicarse, es interactuar, conectar ideas. ¡Qué
digo! Es lo más grave que le puede pasar a una sociedad democrática.
Siempre les digo a los chicos que
para darnos cuenta que una pregunta es filosófica tenemos que pensar en que la
respuesta que le demos a la misma nos
cambia la vida. Las preguntas en torno a la educación y a la sociedad
siempre nos dejan mudos en un primer momento, son esencialmente filosóficas
porque su respuesta transforma la
realidad. El próximo desafío es tener ganas de pensar en cómo transformarla
para bien.
Hace algunos años tomé postura
frente a estas preguntas, pensé mucho,
me equivoqué, volví a pensar y decidí que mi trabajo sería enseñar a desterrar supuestos. Ese iba a ser el motivo que le daría
sabor a mi vida, sentido a mi realidad,
posibilidad de cambio a aquello que parece estar anquilosado. Cinco años
después descubro que para poner en
movimiento las ideas de los demás es imperioso que aprenda también a ser
niña, adolescente y adulta al mismo tiempo. Desafíos si los hay.
¿Cuál es el tuyo? ¿Sos un
convencido de que la realidad se puede poner en movimiento? ¿Qué haces para
darle sabor, ponerle colores y transformarla?
Ju.-