Estoy yendo a un curso titulado ¿Para qué sirve la filosofía? dictado por Dario Sztajnszrajber. En la última clase charlamos sobre 'lo apolíneo y lo dionisíaco' - tema que trata Nietzsche en su primer obra 'El origen de la tragedia.' Dejo a en negrita las reflexiones y frases que tomé como apuntes de la clase y a continuación, un viejo trabajo que realicé hace un tiempo sobre la misma obra.
¡La de Nietzsche es filosofía de la linda!
'El ser es mucho, vivir es mucho.' 'Apolo es la palabra, es filtro, mediación. Porque la realidad -Dionisio- es insoportable.' 'Somos un entre entre Apolo y Dionisio.' '¿Nos apolinizamos?' ¿En qué momentos nos permitimos ser dionisíacos y percibir la realidad así, tal cual es? ¿Pasa eso? .-
¿La realidad es tragedia o perfección?
Paul Valéry dijo muy acertadamente “uno nace varios y muere
uno solo.” Es la juventud el momento de nuestras vidas en el cual se expresa
con su máxima potencia la fuerza de la variedad que somos capaces de albergar.
Esta obra de Nietzsche, uno de sus primeros ejercicios en la escritura, logra
plasmar las múltiples posibilidades de ese ‘uno solo’ que terminaría siendo.
Todavía se mostraba un tanto apacible y no tan enojado con el
mundo, ¿habrá sido acaso el optimismo característico de aquél que todavía no ha
sido desilusionado por la vida? Aunque el tema central del su trabajo era el
drama y la tragedia, la prosa fluye entre el interés y la novedad filosófica de
un modo tan atrayente que logra dejar de lado lo trágico del asunto que le
concierne.
¿Será que el arte y la estética nos elevan de tal modo que
incluso el sufrimiento es meritorio de cierto encanto ante nuestra percepción?
¿Será que Apolo ha hecho un buen trabajo en nuestro ser que el encuentro con
las pulsiones esenciales de este mundo, Dionisíaco en su interior, no logran
desestabilizar por completo nuestra conciencia? ¿Nos hemos convertido en seres
insensibles al terror, acostumbrados a esquivar la fuerza destructora de la
verdad?
Son necesarios cuatro años de filosofía para luego
encontrarte con Nietzsche y volver a comenzar. La lógica se empeña por hacer
del filósofo un argumentador audaz, construimos con cada silogismo estructuras
firmes que nos garanticen certezas, proposiciones que puedan ser juzgadas como
verdaderas; nuestro entendimiento se esfuerza por aprender a captar pulcras
esencias, abstraer específicos conceptos; nuestra mente contemplativa realiza
un esquema monumental y a eso le llamamos una representación acabada de la
vida. Cuando creíamos que ya habíamos apresado al mundo en nuestra razón,
Nietzsche nos abruma con su canto: ¡Es que le hemos dado la espalda a la vida
durante todos estos años!
¿Y qué es la vida? ¿Por qué la olvidamos? La vida es
tragedia, es dolor, es sufrimiento, desidia, insatisfacción. Sólo el poder
embriagador de Dionisio es capaz de arrebatarnos con furia hacia la
estremecedora verdad, solo a través de él podemos mirarla a la cara.
Desestabilizador encuentro, a partir del cual, quizás en un intento de
equilibrio, Apolo se encarga de apañar al hombre turbado, valiéndose de sus
“apariencias radiantes.”
Dos principios que luchan por el hombre, uno lo eleva hacia
la terrible verdad, otro lo conduce hasta la apacible apariencia. ¿Quién osa
animarse a acercarse al abismo? ¿Quién desea experimentar el vértigo del
precipicio? Mientras más se sumerja el hombre en la mesura apolínea,
olvidándose de su esencia estética para considerarse específicamente ético, más
lejos quedarán las verdaderas experiencias humanas, aquellas que se surgen
cuando se deja guiar por el ritmo y el pulso del tambor.
Es la música la verdadera representación de la vida, lejos
quedan los intentos del lenguaje por homologar su capacidad de transmisión; “el lenguaje, como órgano y símbolo de las
apariencias, no ha podido nunca, ni podrá jamás, manifestar la esencia íntima
más profunda que la música.” Un lenguaje que se impone como esencial al
hombre, representante de la razón en cada uno de los filósofos de la Grecia
Clásica. Irrumpe Sócrates como modelo
de hombre teórico y sobre él –y el poder de la palabra y del concepto- se
edificará la historia de occidente.
Dice Nietzsche: “En los
ojos de Sócrates nunca brilló el entusiasmo artístico.” Significa para
nuestro filósofo el comienzo de la vida científica en detrimento del arte y de
la estética. ¿Cómo podría la ciencia manifestar lo más profundo, cuando
claramente se queda en la superficie de la realidad? Realidad que implica algo
más que un la formal sistematización lógica que surge con Sócrates y nos
acompaña hasta la actualidad.
El conocimiento de lo trágico es esencialmente distinto del
conocimiento científico, contrapuestos y contradictorios este punto se destaca
en el claro optimismo de las afirmaciones socráticas que trastocan al mismo
tiempo los cánones de estética. La
‘desmesura’ de Apolo que profesa directamente su contrario, ha roto el
equilibrio y encerrado toda posibilidad de que Dionisio salga a la luz. ¿Queda
alguna posibilidad para la tragedia? ¿Para la verdadera experiencia del mito?
¿Para enfrentar los secretos de la Voluntad?
La tragedia está oculta pero continúa acechando, la inminencia de la desgracia duerme en el
seno de la cultura teórica. ¿Cómo retomar el culto a Dionisio? Todavía se
encuentra muy lejana la idea de un súper-hombre como superador de lo apolíneo,
incluso Nietzsche no está pensando la solución en términos de individualidad
–algo sumamente apolíneo en este texto- pero sí aparece con fulgor la actitud creadora que será luego
característica de la superación del hombre, actitud que nos permite en este
comienzo volver a relacionarnos con el mito de un modo no racional.
En palabras
del filósofo:
“Esta aparición hacia el infinito, este aletazo del deseo, en el momento en que sentirnos el más alto goce de la clara percepción de la realidad, nos recuerdan que en esto dos estados debemos reconocer un fenómeno dionisíaco que, siempre y sin cesar, nos releva la satisfacción de un goce primordial, en el juego de crear y destruir el mundo individual; poco más o menos como Heráclito El Oscuro comparaba la fuerza creadora del universo al juego de un niño que se divierte en hacer construcciones de piedras o montones de arena para luego derribarlos.”[1]