viernes, 9 de agosto de 2013

La excepción a la regla

Este es, sin dudas, uno de los ensayos que más disfruté a la hora de escribirlo. Es un trabajo elaborado para la cátedra 'Filosofía de la Religión' (no confundir con teología), basado en la primer película de la serie 'Dekalog' del director polaco, K. Kieslowski. Imperdible, estremecedora, me dio la clave para pensar algunos cabos sueltos que divagaban en mi mente filosófica...
El link: Kielowski, DEKALOG 1


El anhelo de lo humano

En la gris Varsovia, un niño con agudo sentido filosófico no duda en poner de manifiesto aquellas preguntas que lo movilizan hasta las lágrimas ¿Qué es la muerte? ¿Cuál es el sentido de la vida? Cuestionamientos que intentan convivir entre respuestas brindadas tanto por la fe como por la razón. El misterio termina arrasando al final con todo anhelo de conocimiento y certeza.

Krzysztof Kieslowski nos muestra en ‘Decálogo 1’ con extrema sencillez y profundidad, cómo hoy en día –aunque la película tenga unos 25 años no deja de ser actual- más allá de las explicaciones científicas y racionales, las preguntas que nos modifican la vida en su radicalidad, siguen sin poder ser respondidas con unanimidad. La curiosidad y demanda filosófica acechan nuestras vidas en la misma medida que en las épocas griegas; ¿Podríamos decir que realmente ha avanzado la humanidad? ¿En qué sentido? ¿Sabemos hoy, más que antes, cuál es el ‘sentido de la vida’? ¿Eliminamos el factor misterio del paradigma de lo humano, en esta vida posmoderna que tiene respuestas a todo y que si no las tiene te invita a no preguntarte? ¿Hemos dejado de estremecernos?

La tecnología es manifestación concreta y material de las ansias de seguridad y dominación que definen al hombre. Computadoras, calculadoras, robots; el objetivo es siempre el mismo: predecir para controlar. No queremos que se nos escape nada y por eso apelamos a la precisión de los cálculos, tal como el padre de Pawel. ¿Hemos dejado de creer en un Dios para confiar ciegamente en otro? En la película observamos claramente cómo la programación de sistemas le permite a los protagonistas dominar su entorno más cercano. Pawel parafrasea a su padre diciendo: ‘Vivimos para hacernos la vida más fácil.’ ¿Puede la vida ser fácil? ¿Podemos hacer ojos ciegos a la certeza inmanente de la muerte? ¿Nuestro pasar por el mundo tiene posibilidad de transcurrir linealmente, sin sobresaltos?

‘La computadora no sabe lo que sueña mi madre.’ Aquello más propio de la vida no es calculable, la espontaneidad y libertad, la esencia, los deseos, lo único e irrepetible, la singularidad, se escapa a toda previsión. Anhelamos control y conocimiento, pero olvidamos que siempre estamos siendo algo más, la vida cambia y desborda. ¿Qué pretendemos apresar a través de nuestra racionalidad? ¿La razón es símbolo de seguridad? ¿Por qué nos cuesta tanto asumir lo incierto, reconocer el misterio? ¿Tiene algún límite nuestras ansias de control sobre la vida?

Sin embargo, entre números y certezas nos asalta lo desconocido, lo imposible, lo inapresable. Pawel encuentra aquel perro muerto y llora no por tristeza sino más bien por frustración: ¿Qué sentido tiene calcular problemas matemáticos si existe un final, la muerte, del cual no sabemos nada, solo que es inevitable? ¿Qué es la muerte? ¿Por qué la gente muere? La muerte se presenta como el límite del anhelo humano. Límite palpable e indubitable. Límite porque es inexplicable para la razón.

Parecería que la razón se opone al misterio, ¿lo anula? ¿O más bien lo esquiva, al igual que el padre de Pawel evita responder sus preguntas? ¿Y la fe? ¿Qué tipo de respuestas nos da frente al misterio? ¿Logra saciar de algún modo nuestra necesidad de explicaciones? ¿El misterio sigue siendo misterio aunque tenga fe?

Al final, no solo lo que reconozco incontrolable resulta de este modo, sino que incluso aquello que creía dominar puede escapar a las ‘leyes lógicas.’ El tarro de tinta comienza a perder, el cálculo de la computadora se equivoca, la vida se pierde entre el agua congelada. ¿Puedo dar razones de esto? ¿Puede el desconsolado padre aceptar la voluntad de aquello que lo excede, enfrentarse cara a cara con el misterio, reconocer sus límites?

Lo que hace que la vida sea vida y no otra cosa, es aquel margen de error, la centésima que ha escapado a la cuenta lógica, el milésimo que ha sido redondeado para generar la sensación de un mundo de certezas exactas. La excepción a la regla, el porcentaje que queda por fuera de lo previsto, el quiebre, el accidente, es lo que nos cambia la vida, lo que nos arroja a la incertidumbre y con ella a un nuevo sinfín de cuestionamientos sobre aquello inabarcable, imponente, ¿Inalcanzable? Lo absoluto. Éste se hace presente y arrebata al ser humano en un sobresalto existencial que lo pone de frente a la puerta de lo numinoso; un campo inexplorado e inexplorable por la razón y las ansias de control, es el territorio de las preguntas que no se dejan responder pero sí experimentar por breves momentos. Ingresar a este horizonte resulta inevitable, somos humanos que quieren dominar y controlar sus vidas porque somos conscientes de que es imposible lograrlo; somos una paradoja, somos búsqueda que no quiere serlo. Nos negamos porque sabemos lo difícil que es reconocer que aquello que no depende de nosotros es lo que más influirá sobre el curso de nuestra historia.

¿Qué pasa luego del estremecimiento? Nosotros mismos hemos garantizado un camino para regresar a aquella lógica que nos mantiene dentro de un margen (¿marginados?) porque pareciera que fuera del plano racional nos sentimos muy incómodos; se lee en la pantalla de la computadora: ‘I´m ready’ – ¿Listos para qué? ¿Para seguir encontrando, buscando, inventando, respuestas? Creo más bien, que estamos listos para volver a hundirnos en lo cotidiano, preocuparnos nuevamente por aquello que sí podemos controlar, resolver problemas intrascendentes. ¿Está bien o está mal? ¿Acaso alguien tiene una respuesta que sacie nuestro anhelo?


Julia Tartaglia.-

“En fin, puede convertirse en el suspenso y humilde temblor, en la mudez de la criatura ante... -sí, ¿ante quién?-, ante aquello que en el indecible misterio se cierne sobre todas las criaturas.”  
Rudolf Otto – ‘Lo santo

jueves, 1 de agosto de 2013

Pedagogía de la multiplicidad


Entrar al aula convencida y salir con miles de preguntas. Muchos creen que elegir la docencia como carrera es un desafío porque ‘los chicos están cada día peor;’ sin embargo, en mi corta experiencia, la causa de mis frustraciones no son estos jóvenes adolescentes que observan el mundo en extremos, sino la perversidad de un sistema educativo en el que las ideas son las últimas en la lista. En un espacio brindado al conocimiento, el mismo está lejos de ser un protagonista para cederle el lugar a la vulgar repetición, asesina de la inspiración.

En pos de la ‘excelencia académica’ –concepto que no pasó por mis trabajos ni formación pedagógica en cuatro años-  tiramos debajo de la alfombra sueños en germen que deberían ser potenciados en esta etapa, la más hermosa y propicia de la vida para proyectar futuros.  ¿Qué tiene esa excelencia académica que tanto atrae a docentes, padres y directivos? ¿Tan importante es aquello que otros pensaron como para no permitirle a los jóvenes a pensarlo por ellos mismos, o incluso, a refutarlo con nuevas ideas? Es más, ¿Quién determina que concepto es digno de ser repetido por estudiantes secundarios?

Desgano, desinterés, eso se respira en un espacio dedicado a seres que sólo saben vivir gastando energías, desplegando colores, gritando goles con pasión, bailando con todo el cuerpo, riendo con el alma. Ese desgano es la causa de mi frustración, que poco a poco se transforma en culpa acumulada a medida que con el paso de los días me voy sintiendo más parte de este gremio de docentes encajados en un sistema burocrático que también nos desmotiva a nosotros.

No es esperable que un adolescente se duerma en clase, ni imaginable que no quieran resolver un problema. No son los adolescentes los que ‘están cada vez peor’ – somos nosotros, haciendo hincapié en datos irrelevantes, en frases descontextualizadas, en resolución de problemas que no son suyos. ¿Dónde está la vida del adolescente? ¿Te molesta que la vida de ellos pase por el boliche, el ansiado y sobreestimado Bariloche, y la Coca en el mini de la esquina? Que no te ofenda su elección, es de esperar este cambio de prioridades desde el día en el que elegimos cerrarle la puerta del colegio al mundo del joven. El asunto es serio, yo diagnostico que las escuelas le tienen miedo a ese mundo.

Recuerdo un examen, en el que me preguntaron qué estudiantes quiero formar. Hoy respondo sin dudarlo: quiero que mi salón se llene de jóvenes libres y responsables; ¿cómo? Uno de los chicos, con 17 años, me dijo ayer: ‘no se forman personas responsables si no se les da responsabilidades’ –de más está decir que soy una profesora orgullosa de sus estudiantes después de oír tan acertada frase- Ellos se dan cuenta, quieren ser libres y responsables, pero las instituciones se van transformando cada día más en nuevos padres perseguidores, dignos de ser analizados por Sigmund Freud. Me atrevo otra vez a formular la causa de este síntoma: ¿no será que las escuelas tienen miedo de tener estudiantes libres? ‘La libertad es peligrosa’ podrán decir, y estoy de acuerdo, pero dejen que ellos experimenten ese peligro y luego tomen por sí mismos la decisión pertinente. Supongo que también comprenderán, que una institución con estos rasgos tiene, al mismo tiempo, terror al fracaso de sus estudiantes; es más, considero que tiene más miedo al aplazo que los mismos chicos. Ellos lo saben, por eso no se preocupan, total ‘las saco todas en diciembre.’

Retomo la idea de libertad, porque espero que esa sea la bandera que siempre enarbole el aula en el que dicte clases. Con ella no me refiero solo a la libertad de expresión, sino también a la libertad de crearse en cada idea que comparto, de encontrarme en cada argumento que refuto, en cada respuesta original; libertad para buscar las respuestas dentro de uno mismo y expresarlas como camino acertado a la par de muchos otros caminos que existen. Libertad para responder una pregunta en forma de poesía, o con un dibujo, para mezclar las consignas, para inventar palabras. Libertad para plasmar en el trabajo oral, gestual y escrito, aquello que solo ese individuo puede decir y ningún otro.

Lo que vale es la palabra auténtica, que siempre –y sin excepción- es novedad, porque proviene de lo más íntimo del joven. Esa palabra que solo él puede decir y nadie más, es él mismo, en toda su complejidad. No darles a entender esto a los adolescentes, es cerrarle la puerta directa al aprendizaje. Porque aquél conocimiento que no dice algo sobre el joven que lo aprendió, entonces debería llamarse de otro modo, pero nunca conocimiento. La vida es un camino para conocerse a uno mismo, así como todos somos distintos, el aprendizaje también lo será.

Siempre les digo a los chicos que la vida es intransferible, otro no puede vivir mi vida, no puede experimentar tampoco mi muerte. Libre y responsable será aquél que se anime a transitar ese camino con plena conciencia de que es un camino único. Yo solo estoy ahí, para animarlos a que pongan ese transcurrir en palabras, que lo hagan texto, idea, reflexión, lo comuniquen y luego, sigan creando.

Anímense a indagar el detalle de la diferencia: sutil, único, simple, que al potenciarlo se convierte en una fuente inagotable de asombro para el docente.

(Siempre está)


Julia.-